No es la inteligencia lo que nos diferencia a los humanos del resto de los animales. Diferentes investigaciones, y, singularmente, las que llevó a cabo Wolfgang Köhler en Tenerife a principios del siglo XX con primates, han demostrado que los animales son capaces de construir instrumentos con los que facilitarse las cosas, y eso demuestra que tienen capacidad para relacionar los elementos de la situación a la que se enfrenten y a partir de ello generar respuestas complejas que no les dicta el instinto. Ortega dice que el déficit de los animales consiste en que son “distraídos” y no son capaces de acumular experiencias, es decir, recuerdos de los que extraer enseñanzas, de modo que sus chispazos de inteligencia acaban difuminándose.