No sé si os ha pasado alguna vez pero , en nuestro caso, el tema es ya recurrente. En nuestras vacaciones en Ibiza, les “herbes”, al final de la comida, nos parecía manjar de dioses. Ilusionados, los primeros años, comprábamos el licor para , ya en Barcelona, emular esos tragos veraniegos…
¿Qué ocurría… siempre?. La botellita de marras se quedaba en el frigo, sola y poco atendida porque tras varias pruebas , con la misma cantidad de hielo , el mismo tipo de hierbas y , por lo menos , la voluntad de tener el mismo “espíritu” de deleite, como que las hierbas maceradas no sabían igual…
Con las migas de pastor que cocina mi suegro ( aun estando buenas de todas las formas, que conste) , ídem de ídem. En el pueblo, a la vera del fuego y comiendo cebolla cruda con cada cucharada de migas, aquello nos sabe a super delicia pero , con los ingredientes del pueblo , el mismo caldero y el mismo cocinero, el mismo plato en la cocina de Barcelona, no era igual.
El pacharán navarro , la botifarra del perol, la lechuga de La Albariza en Sevilla… Siendo lo mismo, no es lo mismo si lo reproduzco en mi cocina.
La experiencia gastronómica no sólo se basa en los sentidos más fisiológicos. Además de los sabores, aromas y componentes visuales, estos rituales alrededor de la bebida o la comida ( de los que los españoles somos expertos) tienen un aspecto psicológico, emocional o de “atmósfera” que determinan nuestra percepción de la experiencia.
Además de la calidad de la materia, las hierbas ibicencas se toman en un chiringuito, en pareo, tostadito por el sol y con plan de siesta posterior. El pacharán de Patxi, sabía mejor sentados delante de esos montes navarros mientros nos escribía una lista de los bares de los mejores pinchos de San Sebastián…
Hace muchos años ya, compartí una botella de cava con unos amigos, en el transcurso de una noche muy divertida , que me supo a gloria. Hace poco, volví a catar aquel cava, con la expectativa y la ilusión de volverme a topar con aquel brebaje excelente y… estaba bueno pero , con risas y buenos amigos , ese cava sabía mucho mejor.
Así que, al final, lo más importante es siempre lo mismo: la felicidad, el atisbo de la felicidad, las micro-felicidades… Cualquiera de esas materias primas de excelencias gastronómicas, se convierten en insuperables cuando están asociadas a buenos momentos… aunque sean tan simple como disfrutar de una copa herbes mirando el mar o de una de cava, riendo con tus amigos.