Revista Opinión

No es lo mismo piropo que grosería

Publicado el 10 enero 2015 por Alba Chaparro @Alba_Chaparro

Ángeles Carmona, la directora del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), afirmó ayer que los piropos, aunque sean halagadores, deberían ser eliminados porque "el piropo supone una invasión de la intimidad de la mujer y debe erradicarse". Respecto a esta afirmación tengo sentimientos encontrados como persona, como mujer y como feminista.

Twitter se ha incendiado a partir del hastag #EliminaUnPiropo, que ha servido para que partidarios y detractores se vapuleen esgrimiendo argumentos a favor y en contra de la supresión de las lisonjas. Las faltas de respeto vertidas en la red entre ambos colectivos son innumerables, y son el gran ejemplo del problema real que hay con relación a los piropos: el respeto o la falta de él. No creo que la cuestión, en sí, sea el piropo, sino la forma de expresarlo, las connotaciones que implica y el contexto en que se profiere. Es decir, no es lo mismo un piropo que una grosería.

Puede que el piropo potencie la cosificación de la mujer y la reduzca a un objeto físico, pero puede que no. Son formas de verlo. Puede que una minifalda potencie la cosificación de la mujer y la reduzca a un objeto físico, pero puede que no. Son formas de verlo. Como con todo, creo que el problema está en el extremismo: en el extremismo del emisor y en el extremismo del receptor.

Las mujeres llevamos siglos luchando para alcanzar una igualdad que ni en el "mundo desarrollado" es real, aunque tengamos un " feliz día de la mujer ". Es cierto que nos queda muchísimo por combatir, pero no debemos caer presas de la histeria colectiva. Igual que aceptamos juicios de valor respecto a otras características de nosotras mismas, igual que los emitimos, no deberíamos caer en simplismos conceptuales para reafirmarnos como mujeres, ni utilizar los piropos como cabeza de turco contra el machismo. Lo que debemos hacer es exigir respeto, educar para el respeto.

Si un hombre me llama guapa por la calle, no creo que esté siendo machista. Si un hombre me dice "tienes unos ojos que te comía tol coño", está siendo machista, grosero y gilipollas. Hay que saber discernir lo que es machismo de lo que es galantería, hay que saber diferenciar el oprobio y la adulación, y hay que saber tomarse las cosas como lo que son y relativizar un poco. ¡Ah! Y ahora que está tan de moda la libertad de expresión, hay que saber respetarla y defenderla, siempre que la libertad de expresión no incurra en ultraje o tribulación. Hay veces que un piropo es mucho menos ofensivo que una mirada, así que no lo convirtamos en el chivo expiatorio del machismo.

En ocasiones, al intentar relativizar algunas cosas parece que las estamos exculpando, y como no es el caso voy a terminar el post contando una anécdota que me pasó hace varios años (a mí, que no me resulta nada ofensivo que me llamen guapa por la calle -lo cual no pasa nunca, todo hay que decirlo-). Estábamos unas amigas y yo charlando en corro cuando unos chicos, desde la acera de enfrente, nos gritaron: "Os vamos a comer to lo negro". Reconozco que me agradan los piropos, pero detesto las faltas de respeto, pero me pareció una salida de tono nada oportuna, así que me di la vuelta, alcé un brazo, con la mano contraria me señalé la sobaquera y grité enérgicamente: "pues empieza por aquí, gilipollas". Para colmo, nos llamaron putas por responder desairadas a un comentario desafortunado. Ésto fue machismo, un piropo inocuo no lo es.


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