Revista Política

No es tiempo de sutilezas

Publicado el 07 octubre 2017 por Fthin @fthin
No es tiempo de sutilezas

No es tiempo de sutilezas. Decía Machado que " De diez cabezas, nueve/ embisten y una piensa ". Nada más descriptivo para definir lo acontecido estos días en el asunto de Cataluña. Las partes en conflicto han desarrollado un discurso extremo en el que no se permiten ni fisuras ni cuestionamientos. Apelaciones a la patria y declaraciones guerracivilistas de políticos, así como análisis maximalistas, y de parte, en los medios han ayudado a su propagación entre la población que ha entrado en una espiral de confrontación sin sentido. De esta manera, en los diversos medios sociales se ha visto de todo: videos llamando al odio, difusión de imágenes y noticias falsas, vítores surrealistas jaleando las respectivas posturas, enfrentamientos de amigos en debates demagógicos sobre argumentos falaces o apoyos a una ultraderecha que parece despertar, entre otras cosas.

No caben grises en estos argumentarios extremos y polarizados en los que se duda de la persona que señale las bases de su propia incongruencia. Se ha decretado un cierre de filas absoluto en el que si alguien vacila en el apoyo de cualquier afirmación que se difunda por uno de los bandos es señalado como sospechoso. Así, si alguien no defiende a capa cerrada al Govern y al movimiento independentista es tachado de fascista, "españolista" o antidemocráta. La misma cerrazón ocurre en el lado contrario, si una persona no apoya sin fisuras la actuación del Gobierno es un acomplejado, su discurso es tildado de vacío de contenido e iluso o, en el mejor de los casos, se le tacha de equidistante.

Pero la realidad es más compleja que ese falso dilema que proponen a los ciudadanos los monos con pistolas que lideran a las partes de la contienda. Se trata de un prisma con diferentes aristas y dimensiones.

Se puede estar a favor del derecho a decidir de los catalanes y no desear su independencia.

Se puede criticar la postura inmovilista de Rajoy y afirmar que lo que pasó en el Parlament el pasado septiembre fue una parodia ilegal.

Se puede defender la necesidad de aplicar la ley y cuestionarla cuando ésta no se adapta a la realidad social que pretende legislar, porque cuando una persona se salta la ley se trata de una cuestión meramente jurídica pero cuando los hace una parte importante de la población estamos, además, delante de un problema político.

Se puede decir que tan falaz es indicar que todo lo legal es democrático como que algo es democrático por el simple hecho de que se vote.

Se puede criticar con dureza la represión y violencia policial contra los ciudadanos que querían votar el pasado 1O y definir la votación como simulacro de referéndum.

Se puede expresar que la aplicación del Art 155 de la CE sería una atrocidad sin paliativos que nos llevaría a peligrosos caminos desconocidos y apuntar que proclamar la DUI con menos de mitad de la población a favor de la independencia es un grave error y una irresponsabilidad política.

Se puede concebir que existan personas que defiendan la unidad de España pero no estar a favor de esa desmesurada exaltación patriótica que tiene como derivada que se esté aceptando y normalizando actitudes políticas de calado fascista en la sociedad.

Se puede apostar por la solidaridad con los que quieren decidir su futuro de manera autónoma en Cataluña y respetar el derecho de todos aquellos que se sienten solamente parte de España.

Se puede decir que el problema catalán le ha servido al PP para correr una cortina de humo sobre su corrupción generalizada como que CIU se sumó al independentismo para esconder su 3%.

Se puede apreciar que hay una parte importante de la población que quiere fervientemente la independencia en Cataluña y creer que se verá decepcionada por una burguesía que la abandonará cuando deje de serle útil y la entregará como moneda de cambio.

Se puede entender el contenido del discurso del Rey, en su papel constitucional de Jefe del Estado y símbolo de la unidad de España, y sentirse decepcionado por esperar otro talante y que se dirigiera sólo a una parte de la población, dejando de lado a la otra.

Se puede afirmar que, tal como están ocurriendo los hechos, difícilmente ganará la independencia, pero reconocer que existe una gran parte de catalanes que, pase lo que pase, ya han desconectado de España y que esa fractura social tendrá difícil solución.

Se puede criticar el horrendo papel que están teniendo los dos gobiernos y reclamar, precisamente por eso, la necesidad de dialogo entre ellos para solucionar el conflicto.

Se puede apuntar que, aunque muchos se muestren gozosos con el resultado final del problema, las consecuencias del mismo afectarán a todo el Estado español.

Queda claro que, cuando las banderas y la testosterona son los argumentos para discernir problemas políticos, ni va a ser fácil hacer ver terceras vías, ni que aparezcan espíritus críticos con voz pública que busquen de otras soluciones entre unos partidos que actúan con la calculadora electoral en la mano. Son tiempos difíciles, de estar a la altura de los acontecimientos, y los dirigentes actuales no se caracterizan por su liderazgo, por anteponer intereses comunes a partidistas o su talla intelectual.

El verso de Machado terminaba diciendo: " Nunca extrañéis que un bruto/se descuerne luchando por la idea ". Y, visto lo que estamos viviendo, esperemos que no tengamos que lamentar ninguna desgracia. Porque, en esta España de hoy día, nos sobran brutos y cornudos, pero nos siguen faltando ideas. No es tiempo de sutilezas.


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