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Atardecer en el cabo Le Conquet, Bretaña francesa.
Esta foto no solo representa el recuerdo de unas vacaciones, ese día, en ese preciso momento, dos personas asumían una despedida. Esta es su historia.
Un lunes de diciembre, aproximadamente a las 11 de la mañana, el móvil comienza a sonar, en la pantalla un número larguísimo. Su corazón late a mil, sabe que su asignación está al caer y hay muchas posibilidades de que ese, sea el día. Del resto de la mañana no recuerda mucho, solo que desde la Consejería le han dicho que tienen una preasignación para ellos, un bebé de 6 meses, niño, pero que no pueden decirle más, tienen que personarse en Consejería para recibir más información.Detrás viene una llamada a su marido, recuerda que casi no puede hablar, y que no para de repetir: tenemos que ir a Consejería, ¡ya!. Media hora y 30 kilometros más tarde, sube a la carrera por unas escaleras mecánicas, sale a la plaza y allí, en el otro extremo, su otra mitad. Igual de nervioso que ella, corren para estrechar la distancia que les separa, y se funden en un abrazo. No hacen falta las palabras, sus corazones laten al mismo compás, y ambos comparten la misma alegría desbordante, por fin le pondrán rostro y nombre a su hijo. Ese que llevan deseando tanto tiempo.
Ese día vivieron en una auténtica nube. Se guardaron su secreto hasta la noche, que visitaron a su familia, y durante la cena, les enseñaron a su nieto, a su sobrino. Esas navidades aprovecharon para dar la noticia a personas que aún no lo sabían, enseñaron la foto de su hijo, era una realidad, iban a ser oficialmente padres, porque en su corazón ya lo eran desde hacía tiempo.
Unas pocas semanas más tarde un imprevisto hace que su mundo tambalee. El proceso en el país de origen ha cambiado, se exige un nuevo paso en todos los expedientes de los menores, y hasta que ese nuevo requisito esté completo, no podrán viajar. En principio no cunde el pánico, son varias familias las afectadas, y parece ser solo un trámite administrativo.
Pero los días se convierten en semanas, las semanas en meses, y lo que parecía ser solo un trámite, se complica más de lo impensable. Ella se levanta cada día con un peso en su pecho, cada día le cuesta más respirar pensando en ese hijo que se encuentra a miles de kilómetros de casa. Ve como la gente a su alrededor continúa con su vida, pero ella se siente estancada, como si alguien hubiese apretado el botón de "pausa" y ahora no fuese capaz de encontrar el de "play".
Solo hay una cosa que la reconforta, largos paseos por la senda costera que rodea su ciudad. Ahí, acompañada de su marido y del sonido del mar, encuentra la serenidad que necesita. En algunas ocasiones lo recorren en silencio, en otras, hablan y expresan en voz alta su mayor miedo, perder a su hijo.
La situación continua alargándose en el tiempo y parece que no va a haber solución a corto plazo. Se acerca la temporada de lluvias en Etiopía, período durante el cual la mayoría de las Administraciones Públicas cierran, y apenas habrá movimientos. Ese verano no habrá viaje hacia su sueño, pero ellos llevan demasiado tiempo guardando sus vacaciones para ese fin, están cansados y necesitan salir de la rutina. Así que casi sin planearlo mucho, deciden coger el coche y subir hasta la Bretaña Francesa. En sus acantilados, playas y coquetos pueblos, esperan encontrar un poco de la paz que necesitan.
En medio de esa escapada, llega un mensaje, al cual precederán unos cuantos más. La mitad de las familias que están afectadas por ese cambio de proceso acaban de perder su asignación. Y entonces, lo saben... ellos serán los siguientes. Solo es cuestión de tiempo.
Ese día apenas hablan, cada uno sumido en sus pensamientos, digiriendo la noticia, asimilando que es más que probable que a ellos les pase lo mismo. Solo al llegar el atardecer parecen salir de su ensimismamiento, se conocen demasiado bien. Él aparca el coche a la vera del Cabo Le Conquet, bajan del coche, buscan un sitio adecuado desde donde ver la magnifica puesta de sol, y así arropados por el faro y su antigua abadía, cogidos de la mano, comienzan a despedirse del pequeño que por unos meses les convirtió en familia. Nuestra despreasignación llegó justo tres semanas después de aquella tarde, semanas que nos sirvieron para prepararnos ante la noticia, no solo nosotros, sino también a nuestras familias. Echando la vista hacia atrás lo recuerdo como un tiempo de duelo, pero también de aceptación y sanación. La asignación de A llegaría varios meses después de aquello, también con cambio de proceso incluido que retraso nuestro viaje ocho meses más de lo previsto. Siempre me gusta pensar que aquel primer pequeño vino a enseñarnos una sabia lección, y que gracias a él, la espera de A fue totalmente diferente a la primera. Más serena, más reposada y calmada. La adopción no es un camino de rosas, pero aunque alguna espina se cruce por el camino, por encima de todo permanece el amor.
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