Bernat Soria pasó a la historia como uno de los ministros de sanidad cuyo comportamiento fue más “sensible” durante su mandato a los intereses de la industria farmacéutica. Más allá del contínuo “buenrollismo” entre Soria y Farmaindustria (materializado en la presencia del exministro en actos divulgativos de la patronal de los fármacos “innovadores”), este acercamiento a los intereses de la industria se manifestó en el vacío y el silencio administrativo que convirtió, tras el famoso “pacto de no agresión”, en papel mojado ciertos capítulos de la ley del medicamento que fueron considerados “lesivos” para los intereses de Farmaindustria: los que más ahondaban en la necesidad de fomentar institucionalmente los criterios del uso racional de los medicamentos.
Ahora que, tras el famoso decreto 8/2010, de recortes sanitarios, todos hablan de eficiencia, de sostenibilidad, e incluso del peligro que corren las inversiones de las compañías farmacéuticas en un mercado inestable como el español; ahora que muchos se acuerdan del cien mil veces citado y por pocos conocido Informe Abril, quiere venir el viejo amigo Soria a decirnos a todos cómo gestionar mejor la sanidad.
Y lo hace con el clásico medio utilizado por los lobbys cuando quieren crear corrientes de opinión favorables (cuando quieren simplemente presionar, como sólo ellos saben, para que las leyes y políticas de salud les sigan favoreciendo, no se andan con chiquitas, que para eso disfrutan del privilegio de tener acceso directo con el ministerio, cosa de lo que no se puede vanagloriar un simple votante de a pie): generando un nuevo informe. El “informe Bernat Soria”. Uno de esos documentos que nace con la idea de que esté en boca de todos y que sea un informe referenciado hasta por los que ya no tienen responsabilidades en sanidad (como lo ha sido el reciente informe de la prestigiosa consultora Mc Kinsey para Güemes).
Un informe en el que, aventuramos, se hablará de copago y de otras fórmulas eufemísticamente denominadas de “corresponsabilización”, de externalizaciones o subcontrataciones o privatizaciones encubiertas de servicios antes públicos, de unidades de atención a pacientes crónicos llevados por el hospital, de “facturas sombra”, de colaboraciones público-privado, de las redes sociales virtuales como herramientas redentoras de los pecados de la atención primaria, de modelos de gestión hospitalcentrista. Y, como no, de cómo mejorar la imagen de la industria farmacéutica. No en vano, el informe será financiado por los laboratorios Abbot. Y no por casualidad, en la presentación del proyecto, el Dr. Soria apuntaba que “la imagen de las farmacéuticas es penosa e injustificada; la industria es un actor necesario y un sector muy regulado”.
A este viejo aliado de la industria farmacéutica quizá habrá que recordarle algunos sucesos graves que muchos tribunales de justicia, revistas científicas, plataformas informales y distintos bloggers han ido desvelando en los últimos años. Sucesos que no tienen nada que ver con la estética, sino con una, en ocasiones, total y flagrante falta de ética.
Mientras la industria siga anteponiendo a toda costa los intereses del mercado a los de la sociedad en su conjunto y a los de los pacientes a los que dicen servir, ese actor del que habla Bernat Soria seguirá siendo el de una película de serie B que nadie se cree y que es más mala que las de su difunto homónimo Paco Martínez Soria.
(Imagen de Bernat Soria extraída de El Mundo; la de Paco Martínez Soria, de Zaragozéame)