Revista Cultura y Ocio
Guardo una especial devoción por ese lugar que, hoy en Madrid, se llama Fundación Carlos de Amberes, un espacio de arte que ocupa el lugar de lo que antaño fue la iglesia de San Andrés de Los Flamencos en la calle de Claudio Coello de esta capital. La devoción que guardo por tal espacio viene sin duda de la que se manifestaba en mis años infantiles al acompañar a mi madre, cada domingo y fiesta de guardar, a misa de once.Pero ya sabemos que nada es lo que era, ni la devoción ni la obligación, ni las iglesias ni los espacios de arte.
Allí sigue de todas formas, haciendo las veces de retablo sobre el altar mayor, la imponente escena pintada por Rubens frente a la que mi recogimiento de niño comme il faut se estremecía al contemplar el martirio de San Andrés en su peculiar crucifixión en X. Todo eran entonces martirios, crucifixiones, penitencias, culpas, pecados y algunas redenciones siempre que se explicitara el propósito de enmienda.
Felizmente alejado de toda unción sacramental, y dèfroquè de aquellos hábitos, acudo con regularidad al espacio de mis antiguos fervores por ver qué se ofrece en el cirquense espectáculo en el que se ha convertido hoy el arte más o menos contemporáneo.
Ayer mismo lo que se ofrecía era una selección de diseñadores de Flandes cuya intención, o la de la comisaria que los ha seleccionado, es la de hacerse pasar por los descendientes de René Magritte, James Ensor o Paul Delvaux. Una serie de inofensivos pero exquisitos diseños de objetos con vocación de èpater le bourgeois, ocupan el espacio de la exposición mientras suena una melopea silvestre poblada de ruidos zoológicos de similar vocación. Una lámpara confeccionada con mejillones, una silla con aire de monja,unas cucharas que se acoplan amorosamente eróticas, unos viejos triciclos infantiles y una cabeza de toro convertidos en asientos forman , entre otros cuantos, un conjunto de objetos que sin ánimo de ofender a nadie y menos a la posible clientela de tan selecto entorno se pretenden, al parecer, herederos de una tradición surrealista.
Hasta aquí nada que objetar teniendo en cuenta lo civilizadamente inocuo del intento.
Lo malo es cuando tal conjunto se titula : "Je suis DADA".
Es como cuando Julio Iglesias dice : "soy un truhán" o los borjamari y pocholos del barrio se consideran "canallas".
No es que uno no esté hecho a la idea de que eso que llaman "el sistema" lo recupera todo, pero cuando los autores de exquisitos diseños dignos del más selecto y elegante escaparate de la adyacente calle de Serrano dicen de sí mismos "Je suis DADA", uno se cabrea junto con el señor Antipirina:
(...) El arte está necesitado de una operación. Hipertróficos pintores hiperestesiados e hipnotizados por la hiedras de los almédanos de apariencia hipócrita. (...)
....y vengo una vez más para comenzar
de nuevo
y son ustedes unos idiotas
y la llave del selfcleptómano no
funciona mas que con aceite crepuscular
en cada nudo de cada máquina
está la nariz del recién nacido
y todos somos idiotas (...)
Dénse a sí mismos un puñetazo en la cara y caigan muertos.
DADA está en contra del futuro. DADA está muerto. DADA es idiota. Viva DADA. DADA no es una escuela literaria, aúlla.(...) Pero los verdaderos dadás están en contra de DADA
¡Mírenme bien! Soy idiota, soy un farsante, soy un bromista.
¡Mírenme bien!
Soy feo, mi cara carece de expresión, soy pequeño
Soy como todos ustedes (1)
(1) Quería hacerme un poco de publicidad
Hay un hecho conocido: ya no se encuentran dadaístas mas que en la Academia Francesa. Con todo, me parezco muy simpático.
De modo que, como pueden comprobar leyendo algunos de los anteriores fragmentos de los siete manifiestos DADA, no hace falta que yo diga nada más. Ya lo decían todo DADA, el señor Antipirina y Tristán Tzara. Hace un siglo, ¡cómo pasa el tiempo!
Sólo una cosa:
Estimados señores/as diseñadores/as de Flandes cuidadosamente seleccionados y expuestos en la Fundación Carlos de Amberes: Ustedes NO son DADA.