
Mientras todo esto sucedía, en el interior de estos recién graduados los sentimientos eran contradictorios. Por un lado sentían que no debían decepcionar sus deberes frente a la nación y al emperador, pero por otro experimentaban el miedo lógico frente a un destino incierto. Muchos de ellos se lamentaban íntimamente de su mala suerte y renegaban del concepto de patria de los que le obligaban a tomar las armas. Son gente sensible y culta, que han leído incluso a autores europeos y no se dejan engañar por la burda propaganda: saben que su vida va a estar sometida a partir de ese momento al capricho de oficiales crueles y que después de eso su muerte es prácticamente segura en el frente de combate y que será una experiencia horrible. Genta Uemura, fallecido en combate en Okinawa a los veinticuatro años habla de esto en una carta:
"La única cosa agradable acerca de la muerte es que, una vez experimentada, todo este sufrimiento llega a su fin. Sin embargo, el miedo a afrontar la muerte, para mí que tan desesperadamente deseo vivir, es tan terrorífico que sólo de pensar en ello pierdo el sentido."
Si bien la muerte de los soldados de infantería o de marina era altamente probable, en el caso de los kamikazes se trataba de su misión sagrada de combate. Casi todos estos aviadores suicidas fueron voluntarios, pero hubo algunos soldados que fueron obligados a tomar parte de esta locura. Aunque en muchos sentidos las cartas de los kamikazes a sus familiares se parezcan a las del resto de los jóvenes en el frente, resultan una lectura más estremecedora, porque sus autores saben con certeza que se están despidiendo del mundo y aun así muestran una rara serenidad en la descripción de sus últimas acciones pocas horas antes de despegar sus aviones, como si la existencia de pronto se hubiera tornado irreal y la muerte próxima no fuera más que un sueño.
No esperamos volver vivos es un libro de testimonios impactante, porque con su lectura descubrimos que los fieros y suicidas soldados japoneses eran jóvenes profundamente humanos y que una buena parte de ellos, aun deseando sacrificarse por su emperador, hubieran preferido una existencia más convencional y rutinaria. Es en los últimos instantes cuando se aprecia con mayor intensidad todos los matices que hacen de la vida una experiencia única y maravillosa, como prueban estas cartas, unos documentos sobrecogedores.