Reconozco que suelo llegar a la noche del domingo destruido por un fin de semana que siempre se estira más de lo que se puede intentando aprovechar el tiempo y hacer cosas con la
familia porque entre semana como todos los “tiesos” de este país nos molemos a base de currar (o lo intentamos). Este ha sido especialmente duro (ya os cuento otro día). Parecía la liebre de Alicia en el País de las Maravillas, ya sabéis, aquella que corría con un reloj en la mano porque llegaba tarde a todos sitios. A pesar de estar en un estado semicomoso y catatónico me resistí a Morfeo y me quedé a ver a Évole. La cosa prometía, Iglesias y Rivera se sacarían los ojos y nos dirían de una vez por todas si anexionarán Venezuela y ya de paso que harán cuando destruyan el “StatusQuo” de los partidos vetustos y sean presidentes de algo que se parezca a un gobierno. Fuí un pardillo
Esperaba de verdad un debate fresco y moderno en el que cada uno hablase de sus propuestas y de las del otro ofreciendo algo de información para intentar aclararnos algo en esta jaula de grillos que entre ellos y “los otros” han montado. Pero claro eso sería “lo normal” y las cosas “normales” no abundan en este país y más todavía si estamos en campaña electoral. Está visto que toca resignarse, todavía quedan semanas en las que los eslóganes vacíos brotarán como setas después de la lluvia.
Rivera nos contó ante un Iglesias bastante más desenvuelto que en el Salvados anterior, que 
Y ya está, ahí acabó toda la novedad en un debate tenso en el que además de cambiar el Bar 
¿Donde habrán quedado la frescura, las ganas de convencer, las de enseñar datos e ilusionar de 
Personalmente, entre bostezo y bostezo, lo único que ví fué a dos políticos cualquiera ensanzarse, sin propuestas constructivas ni ilusionantes en un debate tradicional en televisión, 

