por Gabriel Rivadeneyra Escalante
Hace tiempo escuché decir a alguien que en lugar de evitar los problemas deberíamos de afrontarlos y resolverlos.
Hay varias cosas que decir sobre esto, pero trataré de ser breve, preciso y didáctico.
Cuando evitamos los problemas corremos el riesgo, como enseña la canción de Julio Iglesias, de tropezar con la misma piedra.
Hace algún tiempo me tocó ser tutor de las chicas de quinto ciclo de la carrera de secretariado. En nuestras sesiones de tutoría hablamos de diversos temas, pero hubo uno que se puso bastante espinoso.
Cuando las alumnas me confesaron que por mayoría de votos habían decidido que yo fuese su tutor, porque el que la dirección les había asignado al inicio de la carrera no les caía bien, tuve que dejar de lado el tópico programado para esa sesión y abordar el nuevo tema que estaba infiltrándose.
Les dije que me dieran las razones por las que no les agradaba el antiguo tutor; el objeto de mi pregunta tenía como propósito comprobar si todas las señoritas tenían el mismo sentir. Claro, como suele darse en estos casos, la conclusión que se desprende luego de la elección de un nuevo tutor, es que después de todo el anterior no era tan malo, o si lo era no lo había sido con todas. Incluso, se produjo un par de discusiones acaloradas entre las señoritas sentadas en el extremo derecho y el izquierdo del salón, saliendo a la luz una verdad oculta a mis ojos hasta ese momento: el grupo estaba dividido.
En plena discusión un par de señoritas comenzaron a gritar e insultarse, así que les ordené callarse.
Cuando el salón estuvo en silencio les hice recordar que en nuestro instituto al tutor se le evalúa con diligencia, buscando compatibilidad entre el perfil del maestro y el del grupo de estudiantes, luego que le es asignado la sección para liderarlo durante los seis ciclos que dura la carrera, pasa por un período de capacitación con los psicólogos del instituto. Al haberme ustedes elegido como su nuevo tutor, cosa que les agradezco, aunque ya me sentía bastante contento enseñándoles el curso de Business Letter Writing, han interrumpido un proceso debidamente planificado con el maestro que me antecedió, así la dirección académica me haya entrenado con el Programa de Tutoría y Orientación Vocacional durante los meses de vacaciones.
No obstante, pareciera que nada grave pasó con este cambio. En fin, ya estamos acá, así que les debo confesar que ustedes están perdiendo y seguirán perdiendo por un tiempo más.
Una de mis alumnas alzó la mano y me pregunto por qué.
- Muy sencillo, señoritas. No han aprendido la lección.
- ¿Cuál lección?, interrogó otra alumna.
- No han afrontado el “problema” que tenían de incompatibilidad con el antiguo tutor y, mas bien, prefirieron evadir el asunto eligiendo a otro docente.
Apliquemos este caso a su futura labor como secretarias ejecutivas. Imaginen a un ogro como jefe, un ejecutivo cuyo carácter no compatibiliza con el suyo, un gerente muy inteligente, preparado, la estrella de la organización, sin embargo su estilo de trabajo es tan especial que a veces a ustedes las saca de quicio. En fin, si aplicamos la actitud recién tomada con su antiguo tutor, deberíamos hacer una votación para elegir a un nuevo jefe, ¿no les parece?, o con un poco más de osadía podríamos ir donde el dueño de la empresa para pedirle que nos cambie de jefe. Inadmisible.
Professor (en inglés), me dice Claudia queriendo intervenir (así me llaman las chicas de la carrera de secretariado), si yo tuviera a un jefe como esos “me quito” (me retiro) del trabajo y me busco otro.
Luego de un silencio largo que hubo en el aula por haber dicho lo que dijo, sugiriéndonos con su intervención la idea de que los puestos de trabajo son como los panes calentitos que uno consigue por las mañanas.
- Professor, siguió hablando Claudia,
Yo, la verdad, chicas, no aguanto pulgas (no resisto) a jefes o jefas engreídos.
_ ¿Quién de ustedes, ya está ejerciendo la carrera?, pregunté
_ Yo, me contestó Mónica.
_ ¿Te ha tocado algún jefe como estos?
_ Hace cinco meses, professor.
_ ¿Qué hiciste?
_ Me quité
Cuando dijo “me quité” noté que sus ojos giraron mientras inclinaba la cabeza. Algo escondía en su respuesta y yo intuía qué era.
_ Me puedes decir dónde estás trabajando actualmente y desde cuándo.
_ En un consultorio de abogados, desde hace tres meses.
_ Describe a tu nuevo jefe.
_ Igual de ogro que el anterior.
_ Se dan cuenta, chicas. Cuando evitamos el problema corremos el riesgo de volver a toparnos con él.
No les estoy diciendo que soporten maltratos e irregularidades con tal de conservar sus empleos. Imposible que mis ideas se chorreen (se conduzcan) por allí. Porque aquel trabajador que soporta las humillaciones, también será capaz de aceptar soborno, acoso sexual e incumplimiento de sus beneficios laborales, entre otras agresiones, y, rotundamente, a causa de su autoestima venida a menos, será incapaz de defenderse, comunicarlo a las autoridades respectivas, o simplemente imponer una denuncia contra sus agresores.
- Yo estuve trabajando para una exportadora de papeles, intervino Melissa. Lo dos primeros meses me sentí bastante cómoda, pero cuando despidieron a mi jefe y pusieron a una jefa gritona y autoritaria en su reemplazo, me salí del trabajo. A los dos días, dejé mi currículo en una agencia de viajes y a la semana me llamaron para ocupar el puesto de secretaria. Ya llevo seis meses en este trabajo y me va de lo mejor. En mi caso no se cumple lo que usted dice Melissa, no existe receta mágica alguna, tampoco cien por ciento de certeza que lo que sirve para otros sirva para uno. Sin embargo, a pesar de que te está yendo de lo mejor, situación que me enorgullece como maestro, es mi obligación decir y no para bajar tu entusiasmo que todavía no has aprendido a afrontar el problema de incompatibilidad de caracteres. Tu antigua jefa, ¿alguna vez te gritó?
_ A mí solamente una vez, pero a los de mantenimiento acostumbraba humillarlos.
_ Supongo que tú eras su secretaria personal.
_ Sí, professor
_ No voy a preguntarte por qué te gritó, ya que las cosas privadas se hablan en privado.
_ No se preocupe, professor, me interrumpió. Mis amigas pueden saber. Me alzó la voz porque escribí por error agradecimiento con s en vez de c.
_ ¿Hablaste con tu ex jefa sobre cómo te sentiste a causa de sus gritos?
_ No. Es que no puedo hablar con personas así.
_ ¿Al menos lo intentaste? Responde con sinceridad.
_ Tampoco.
_ ¿Siempre actuaba de manera autoritaria cada vez que te reunías con ella?, ya que como secretaria personal las reuniones, supongo, eran seguidas.
_ No actuaba así siempre, por eso me dolió cuando me humilló.
_ Decía Gengis Jan que cualquier acción motivada por la furia, es una acción condenada al fracaso. Si hay alguna conclusión que debemos de sacar de tu caso, es que pateaste el tablero de ajedrez en lugar de hacer una jugada con astucia.
_ Entiendo.
_ Ahora sabemos por qué Claudia, Mónica y Melissa pidieron cambio de tutor, simplemente porque en sus respectivas experiencias laborales no abordaron el problema y menos intentaron solucionarlo, sólo escaparon de él.
Reflexionemos sobre la imposibilidad de que ustedes tengan la opción de cambiar de tutor, derecho que se les concede no sólo por el hecho de que sea un profesor compatible el que los lidere, sino porque al ser el nuestro un instituto privado, ustedes mantienen con su pago mensual la continuidad del instituto. Esto les concede mayor prerrogativa sobre los chicos que estudian en institutos públicos, quienes para hacer valer su derecho sobre una autoridad mal elegida o equivocadamente asignada, utilizan los patios de las facultades para protestar, lanzando improperios en algunos caos y en otros haciendo destrozos.
Las personas sensatas sabemos que siempre escuchar será más importante que hablar. Si eso no fuera cierto, Dios no nos hubiera dado dos orejas y una sola boca, ¿no les parece? Y yo conozco al anterior profesor y no les quepa la menor duda que es una persona sensata.
Equivóquense cuantas veces puedan, chicas, pero nunca huyan de los retos, si su integridad física y moral están a salvo, entonces jamás duden en asumir los desafíos que Dios les brinda sabiamente.
Autor Gabriel Rivadeneyra Escalante
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