Si existiera en Inglaterra, como sucede en Francia, una Academia de las Letras con autoridad para decidir cuestiones controvertidas, quien escribe llamaría inmediatamente su atención sobre el estado caótico de la narrativa.
Durante trescientos años el cerebro humano ha estado dedicándose con gran vigor y fecundidad a escribir novelas, y ello ha dado lugar a los tipos más diversos.
Proust, Kipling, De La Mare, Elinor Glyn, Hardy y Wells son todos novelistas, pero sus libros difieren tanto como un galgo de un bulldog.
La mente humana es tan sugestionable que esta repetición de la misma palabra causa un daño considerable. El lector llega a la conclusión de que, dado que estas variedades de libros tienen el mismo nombre, tienen que ser de la misma naturaleza.
En algún lugar en lo hondo de su mente hay una forma vaga llamada “novela” a la que, a menudo con gran pérdida de tiempo y esfuerzo, trata de ajustar el espécimen que tiene delante. A menudo es extremadamente injusto.
Un ejemplo notable lo ha proporcionado recientemente William Clissold, de Wells. El libro ha sido condenado mil veces no por este o aquel fallo sino porque no es “una novela”.
Ya es hora de que este espectro imaginario pero todavía muy poderoso sea destruido.
Y puesto que estamos sin legisladores, imploremos a los propios novelistas que vengan en nuestra ayuda.
Cuando escriban una novela, que sean ellos quienes la definan. Que digan si han escrito una crónica, un documento, una narración o un sueño.
Pues no existe esa cosa llamada “novela”.
Virginia Woolf
¿Qué es una novela?
27 de marzo de 1927
Foto de Virginia Woolf