La América de Voltaire, habitada por indios perezosos y estúpidos, tenía cerdos con el ombligo a la espalda y leones calvos y cobardes. Bacon, De Maistre, Montesquieu, Hume y Bodin se negaron a reconocer como semejantes a los "hombres degradados" del Nuevo Mundo. Hegel habló de la impotencia física y espiritual de América y dijo que los indígenas habían perecido al soplo de Europa.
En el siglo XVII, el padre Gregorio García sostenía que los indios eran de ascendencia judía, porque al igual que los judíos "son perezosos, no creen en los milagros de Jesucristo y no están agradecidos a los españoles por todo el bien que les han hecho". Al menos, no negaba este sacerdote que los indios descendieran de Adán y Eva: eran numerosos los teólogos y pensadores que no habían quedado convencidos por la Bula del Papa Paulo III, emitida en 1537, que había declarado a los indios "verdaderos hombres".
El padre Bartolomé de las Casas agitaba la corte española con sus denuncias contra la crueldad de los conquistadores de América: en 1557, un miembro del real consejo le respondió que los indios estaban demasiado bajos en la escala de la humanidad para ser capaces de recibir la fe.
Las Casas dedicó su fervorosa vida a la defensa de los indios frente a los desmanes de los mineros y los encomenderos. Decía que los indios preferían ir al infierno para no encontrarse con cristianos».
Mientras leo este libro en los trayectos de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa, en buses y metros abarrotados de gente, no puedo dejar de llorar. Pero lloro hacia adentro, como seguramente lo hacen todos los que van pegados a mi (mi razón: no preocupar a los demás). "Si ese libro le causa tanto sufrimiento, entonces... ¿para qué lo lee?" pensarán y se preguntarán ustedes. Para saber. Como me dijo un amigo que también lo leyó: "Es mejor saber que no saber".
Las venas abiertas de América Latina (1971)
[Extracto del libro escrito por Eduardo Galeano]
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