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No habrá más enemigo, por Sergio del Molino

Publicado el 24 febrero 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

No habrá más enemigo, por Sergio del Molino Editorial Tropo. 276 páginas. 1ª edición de 2012.
Conocí a Sergio del Molino (Madrid, 1979) en marzo del año pasado en el Medialab-Prado de Madrid, en el evento Encuentro de blogs literarios al que los dos habíamos sido invitados. Fue un día agradable y largo, de conversar con mucha gente. Más o menos un mes y medio más tarde acudí a la librería-bar Tipos infames de Malasaña para asistir a la presentación en Madrid de su novela No habrá más enemigo, a cargo de Alberto Olmos. De nuevo fue un día agradable, del que habló Sergio en su blog (ver AQUÍ). Me habría gustado pasar con Sergio, Olmos o Federico Guzmán más horas de aquella noche, pero me tuve que retirar pronto porque al día siguiente tenía que dar mis clases de economía.
Y como suele ocurrirme muchas veces cuando compro libros, No habrá más enemigo no lo leí inmediatamente, porque de algún modo alocado consideré que desbarataría mis planes de lectura de aquellos meses. Lo he hecho a finales de enero.
Esta novela consta de tres partes (Lo de Lenín, Lo de León, Lo de Herbert) y un epílogo (Lo de Sergio).
En la primera parte –Lo de Lenín–, este personaje, usando la primera persona, nos habla de sus extraños encuentros con una mujer llamada Lola. Una vez al año, desde hace siete (desde su primer encuentro), Lenín recibe una invitación para reunirse con Lola en alguna ciudad imprevista; una cita que no puede eludir, una cita marcada por el deseo (un deseo cargado de destrucción) y la curiosidad. Lenín mentirá y pondrá en riesgo su vida cotidiana (por ejemplo, la relación con su pareja Nadejda) por esos dos o tres escasos días de sexo y desenfreno al año que vivirá con Lola. Lenín escribe para su amigo León esta confesión, que trata de explicar al amigo sus raras desapariciones anuales. La situación planteada se complicará cuando Lenín y el lector empiecen a comprender que Lola no es una mujer común, es alguien que podría haber sido joven (como ella afirma) en la Lisboa de 1941, o el fruto de la mente perturbada del personaje. Mientras, los encuentros anuales se dan en lugares cada vez más lejanos y resultan cada vez más devastadores y, sin embargo, necesarios para Lenín. “Querido Lenín, no me adelanto a tus deseos, soy tus deseos. ¿Cuántas veces más te lo tendré que explicar?” (pág. 127). Lola pudo haber sido joven en 1941, y conoce los deseos, el pasado y la intimidad de Lenín.
El lenguaje que usa Del Molino es rítmico, rico, poderoso; irónico sobre sus propias limitaciones como narrador que recurre a las comparaciones del mundo audiovisual. De hecho, las referencias a la televisión o el cine son continuas en el texto: “Como hacen las actrices porno” (pág. 15); “Es fácil sermonear con tópicos oídos en la tele” (pág. 49); “Demasiado cine” (pág. 100); o se refiere a lo narrado como si estuviese hablando de un DVD: “Fast forward. No mucho, un par de golpes al mando a distancia. Ya. Hasta aquí” (pág. 45). He leído Lo de Lenín intrigado, deseando conocer las respuestas al enigma (posiblemente fantástico) que se plantea. Y me ha gustado encontrarme con alguna digresión en la que Lenín nos acerca a su pasado y a su familia, con los que he sentido una fuerte unión generacional: “En aquella España de ceniceros de Naranjito, electroduentes y carteles contra la OTAN no había que explicar esas cosas” (pág. 43).
En Lo de León, la historia nos acerca a este segundo personaje, que era al que se dirigía el texto escrito por Lenín en la parte anterior; pero ahora la narración se desarrolla en tercera persona. El narrador, apegado a la mirada de León, nos hablará de las calles de Zaragoza, la ciudad donde transcurren la mayoría de las escenas de esta novela con fuerte vocación cosmopolita (descripciones prolijas de Nueva York, Lisboa, Madrid, México…), y de sus encuentros con Alejandra, personaje que también aparece en Lo de Lenín y que tiene una función importante en la historia. De esta parte me ha gustado sobre todo el personaje de Irigoyen, un emigrante argentino pobre, que tiene un programa pirata de radio, y que introduce a León en el círculo de sus amistades: un grupo variopinto de hombres obsesionados por las batallas de la Segunda Guerra Mundial y por los juegos de estrategia militar. Todo esto de las batallas de la Segunda Guerra Mundial, sus generales, el Mal y los juegos de estrategia me ha recordado mucho a las novelas de Roberto Bolaño.
Y en esta segunda parte, el lector ya se va dando cuenta de que los misterios planteados en la primera posiblemente van a quedarse sin resolver. Lo de León puede leerse como una novela corta independiente.
En la tercera parte, Lo de Herbert, volveremos a algunos de los escenarios caribeños de la novela; y la narración cobrará tintes de novela negra. De nuevo esta parte podría leerse como una novela corta independiente de las dos anteriores, aunque en algún punto trate de dar algunas explicaciones a los misterios planteados en la novela, que como ya intuíamos quedarán sin resolver.
No habrá más enemigo decepcionará a los lectores que busquen una narración redonda y cerrada, ya que muchos de sus caminos, huyendo de los convencionalismos, se adentran más en el terreno del subconsciente que en el de la novela fantástica.
En el epílogo, Lo de Sergio, el autor interpelará al lector para hacerle saber cuáles fueron las circunstancias terribles (días de hospital que marcan la muerte de un hijo) bajo las que esta novela fue finalizada. En su siguiente obra, La hora violeta, Del Molino elige (por lo que he leído sobre esta novela aún no publicada en el momento en el que escribo esta reseña) un tono muy personal para desarrollar lo expuesto en el epílogo de No habrá más enemigo: desde el yo íntimo nos va a hablar de la muerte del hijo.
El estilo narrativo –el fraseo rítmico– de Del Molino me ha sorprendido gratamente y No habrá más enemigo me parece una novela imperfecta (debido a su falta de coherencia interna), pero escrita con un lenguaje sugerente y poderoso. Imagino que, al volcarse en un yo confesional, La hora violeta promete ser una obra de más calado.

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