La forma en la que está articulada la estructura de valores de la pragmática sociedad actual nos incita a ponderar la juventud como único espacio permitido para soñar, mientras que la madurez es la zona de la vida donde cabe la resignación y el “realismo despierto” de quien acepta lo que es, y a su vez la vejez se considera el residuo de las dos primeras. Y si bien no muchos admitirían opinar así si se les interpelara directamente, es una realidad que la mayoría de la gente, llegada cierta edad, deja de emprender por creer que su tiempo para hacerlo ha pasado. Esto no es así.
Entre otras cosas, se suele asociar el “emprendedor “ con la juventud porque el joven no tiene nada que perder y por ende tiene mucho que ganar, tiene empuje para soportar el gran esfuerzo que implica iniciar un negocio y para tolerar los desazones de un posible fracaso. En la madurez uno suele auto convencerse de que ya no está para esas cosas aunque quisiera. Pero dejando miedos y prejuicios de lado se puede ver que para encarar un proyecto emprendedor no es necesario ser joven, y que de hecho la experiencia de vida provoca una inteligencia más madura y desarrollada.
Para empezar, un emprendedor necesita sobre todo iniciativa, y eso no es patrimonio exclusivo de los jóvenes (Gandhi no era precisamente un veinteañero cuando lideró el movimiento nacionalista indio), sino fuerza de espíritu y fe en uno mismo, y eso se tiene a cualquier edad. Un emprendedor debe tener cierto capital, mayor o menor dependiendo del sector comercial a encarar, y esto tampoco tiene que ver con la edad, lo que ha de acompañar ese capital inicial es el valor para ponerlo en juego.
Quizás sea la valentía la característica más importante en este punto, la actitud necesaria para afrontar el riesgo de perder lo que se pone sobre la mesa, actitud que también se asocia al joven, puesto que es más impulsivo que precavido. La ventaja del “adulto” es que suple la falta de vehemencia irracional con la capacidad intelectual y el temple emocional para organizar y planificar, con lo cual se reduce el riesgo a través de la inteligencia.
Entonces vamos viendo que no hay impedimentos para quien quiera ser emprendedor aun habiendo dejado detrás su etapa de “joven”, puesto que lo que a una edad se “pierde” vuelve más adelante con otra forma y otro color. Sí es imprescindible estar motivado, tener fe en uno mismo y tener una buena idea –claro, pues al mercado tampoco le importa la edad del emprendedor, sino la calidad del emprendimiento-, por lo que la juventud de espíritu es la única que se necesita en el mundo de los emprendimientos personales, la valentía para dejar de lado los miedos; mientras tanto, la experiencia y la madurez aportarán el resto para que el viaje sea exitoso.
Ahora hemos de esperar que los organismos públicos retiren de sus escasas, ayudas, subvenciones o leyes de promoción a emprendedores, el consabido requisito relacionado a la franja de edad y que primen otros valores por encima de un mero dato estadístico que no limita el conocimiento y el emprendimiento.
Fuente http://www.neotrix.es/easyblog/entry/no-hace-falta-ser-joven-para-ser-emprendedor
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