Hace algunos días se hizo viral una supuesta nota dejada por una niña a la camarera de piso de un hotel, en la que se disculpaba con una propina de 10€ por dejar la habitación mal. Las opiniones iban desde quienes aplaudían la acción, los que no se la creían y las personas que aseguraban que era mucho mejor dejar mínimamente ordenado el lugar. Habría que ver cómo estaba la habitación, pero quienes vivimos en zonas donde el turismo supera a la población local en un 750% cada año, conocemos historias horripilantes.
Durante catorce años mi padre padeció las carreteras al Sur de Tenerife cada día para ir a trabajar en el sector del turismo. Los veranos teníamos la oportunidad de acompañarlo y vivir en aquel ambiente tan extraño, en el que el agua mineral se cobraba a precio desorbitado en los bares y mucha gente hablaba raro. El caso es que nuestro apartamento de familia de trabajador era punto de encuentro de muchas de las camareras de piso del recinto turístico. Crecí oyendo historias de habitaciones del terror, de sangre, sí, sangre, hasta en paredes, de guarradas que no pienso reproducir aquí y hasta de momentos más que incómodos para las trabajadoras, dirías que incluso peligrosos.
Sin llegar a esos extremos penosos, es como cuando recriminas a alguien que haya tirado un papel y te dicen que es que "si no, los basureros se van a quedar sin trabajo". Fíjate tú qué detallistas, no vaya a ser que los operarios de limpieza se aburran. Las camareras de piso tienen suficiente trabajo que hacer, y en un tiempo record además, con la suciedad normal del paso de los seres humanos por un lugar, no es necesario comportarse como personas poco civilizadas y hacer aquello que nunca se haría en casa. Es así de fácil, en la calle, en la playa, en la montaña, en los apartamentos turísticos, en los hoteles, no llevar a cabo aquello que no harías en tu propio hogar, no ensuciar lo que no te gustaría tener que limpiar. Qué poco común parece ser el sentido común.