Revista Opinión

No han muerto, es que se han ido antes

Publicado el 01 noviembre 2011 por Franky
Los ingleses tienen este proloquio: “Not deat, but gone before”. Convivimos con la muerte a diario y, sin embargo, no nos gusta el tema. Los ingleses lo tratan con más naturalidad: “No es que hayan muerto; es que se fueron antes.” En España seguimos llorando a los muertos como si fuéramos eternos, pero con la muerte nos vamos a encontrar muy poco después. Quizás sea por aquello que dice Pablo de Tarso: “La muerte es la enemiga de Dios, que es la vida.”

El Romanticismo fue más una forma de vida que una corriente literaria, que también lo es. Pero es una etapa de la historia con estilo propio y manera de ser propia. Los románticos vivían de los sentimientos y, por eso, eran incomprendidos en general. Como estilo de vida, se lanzaban a vivir con avaricia, buscando la embriaguez y el delirio placentero y doloroso; orgía y pasión eran sus ideales. Sufrían con gozo, por el disimulado contento de vivir y se suicidaban lentamente, aunque alguno como Larra, lo hizo de un pistoletazo. Su enfermedad era la tisis o tuberculosis; una vela que se apaga poco a poco. Ese desgaste de la vida los hacía efímeros y vivían poco. Larra muere a los veintiocho años; Espronceda y Bécquer, a los treinta y cuatro; Cadalso, a los 41… Pocos alcanzaban los 50 años.

Huían de la razón y del espíritu y eran poco sociables. Sentían fobia contra las tertulias de salón y de cafés, contra las cartas leídas en público y pasadas de mano en mano, contra las generalidades y abstracciones. Escribían diarios íntimos y memorias, donde resaltaban el yo y la originalidad. Cada romántico quería vivir su novela y su drama doloroso a poder ser. Morían con poca edad, pero no jóvenes, porque vivían intensamente y maduraban pronto, con un ritmo distinto al nuestro. Pusieron de moda los cementerios, las tumbas abandonadas, las fuentes marmóreas de los camposantos, los monasterios en ruina, las historias impresas en piedras…

Andalucía dio espléndidos poetas románticos y poseía todos esos ingredientes para ser seducida por el Romanticismo. Por eso, algunos de sus rasgos actuales los podemos sospechar románticos. Hace unas semanas, murieron en Jerez tres jóvenes. A uno de ellos lo conocía bien. Se fue al ejército profesional como huyendo de su entorno. Era cabo primero y estaba a punto de hacer los cursos de sargento. Desprendía bondad, simpatía y amabilidad. Vivía con otro compañero. Una noche, sin motivo aparente, se desenganchó de la vida. El día anterior, lo había hecho otro joven. Y, a los pocos días, cogió la senda otro de la misma generación.

La crisis económica, social y política de la primera mitad del siglo XIX, llevó a los escritores a afirmarse más en su “yo”. La idea de que cada uno necesita forjarse de sí mismo lo convierte en héroe y en personaje literario. En esta primera década del siglo XXI, muchos jóvenes “indignados” quieren ser protagonistas de su historia, émulos de aquellos liberales reaccionarios. Y las jóvenes intentan abrirse un puesto en un plató de televisión al precio que sea. Pero nuestras mujeres se siguen yendo a los cementerios a invadirlos de flores y luces. Ya no tanto, porque la incineración y los columbarios demostrarán que la historia nunca se repite.
Juan Leiva



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