Existen gastos que por innecesarios resultan insultantes para un momento de crisis como el que atravesamos. Cincuenta millones de euros va a costar la visita del Papa el próximo verano a nuestro país. La mitad de ese dinero será sufragado por las administraciones públicas, y la otra mitad por empresas privadas.
Los mismos empresarios, que parecen no encontrar otra formula económica para no dejar que sus empresas aumenten beneficio, que no sea despidiendo a sus trabajadores, sin embargo, encuentran unas monedas sueltas en los bolsillos de sus pantalones para hacer que de nuevo tengamos el dudoso honor de recibir la visita del Papa. Lo mismo podemos decir de esas administraciones publicas dispuestas a reducir el déficit de la manera que sea, y todos sabemos cual es, pero no encuentran reparo en saquear las arcas para tan fatua visita.
Traslademos esos mismos 50 millones a otras labores, quizá más necesarias e imprescindibles y entenderemos que resulta humillante para nuestro país un gasto de tal calibre. Traslademos ese dinero a Haití, a algún país africano o allí donde realmente se necesite, y comprenderemos que las sonrisas por disfrutar de bienes básicos de aquellos que lo necesitan, renta mucho más que la de aquellos que esconden su doble moral bajo anchas sotanas y la alargada sombra de la cruz.
Dios, seguro se regocijará viendo como la hipocresía de quienes desean ganarse un sitio a su diestra, campa por el planeta en gira mundial como un cantante de moda. Coreando todos al unisono su nombre, entonando sus rítmicos estribillos y alistando jóvenes y tiernos fieles sobre los que derramar su blanco Espíritu Santo.
Es en estas ocasiones cuando me acuerdo de las palabras de Napoleón sobre los españoles, las comprendo y las comparto. Al final no somos más que "Una chusma de aldeanos guiada por una chusma de curas”.