La equiparación del holocausto judío en la Alemania nazi con la situación actual de los palestinos ha hecho fortuna ante la opinión pública.
Inicialmente fue una idea del líder neonazi francés Le Pen que conquistó incluso a algunos miembros de la Internacional Socialista, a la que pertenece el Partido Laborista israelí, coaligado en el Gobierno de Ariel Sharon. Y luego, premios Nobel como José Saramago le añadieron valor literario.
Es terrible la situación de los palestinos. Pero lo que ocurrió en Alemania no tiene comparación alguna con esta guerra de circunstancias y enfrentamientos infinitamente más limitados.
Una guerra es siempre una guerra, aunque Arafat comenzara a ganar la de la propaganda al mandar a morir niños, y luego mártires fanatizados, mientras Israel respondía con su demoledor poder militar.
Hasta ahora ha habido unos 1.260 muertos, de los que 270 son israelíes. Solo en el “septiembre negro” de 1970 el rey Hussein de Jordania, habitual de Hola mientras vivía, mató a 20.000 palestinos por razones parecidas a las del actual Israel. Aquello tampoco fue un holocausto, sino una guerra.
El Holocausto fueron seis millones de seres, la cuarta parte niños, hacinados en vagones de ganado para introducirlos en cámaras de gas.
El Holocausto no era una guerra con 1.000, 2.000 ó 20.000 muertos, sino seis millones de seres humanos hechos jabón, y pantallas de lámparas y encuadernaciones de libros en piel.
Cualquier comparación entre el Holocausto y esta guerra es una apología del nazismo.