Revista Religión
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más, Manos Unidas y su Campaña contra el Hambre llama a nuestras puertas. Como es bien sabido, esta institución, que tiene ya cincuenta y cuatro años de historia, está estrechamente vinculada a la Conferencia Episcopal, que la erigió en su día y que aprueba sus estatutos, y a las Diócesis españolas y a sus Obispos, que la apoyan con todas sus fuerzas. Es, pues, una obra de Iglesia. El punto de partida fue el famoso manifiesto de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas, fechado en Roma el 2 de julio de 1955. En él, cientos de mujeres católicas, que se sentían "llamadas por Jesucristo para dar testimonio de un amor universal y efectivo por la familia humana", afirmaban que no podían resignarse ante el "hecho de que la mitad de la humanidad sufra hambre". Finalizaba su mensaje con esta conocida expresión: «Declaramos la guerra al hambre». En España, fueron las mujeres de la Acción Católica quienes asumieron este compromiso, instituyendo el Día del Ayuno Voluntario, con el deseo de combatir el hambre de pan, de cultura y de Dios.
Durante cincuenta y cuatro años los proyectos de Manos Unidas con destino a los países del Sur han sido numerosísimos en el campo sanitario, en la promoción de la mujer, en el desarrollo agrícola, la construcción de viviendas y el fomento de cooperativas y de instituciones educativas. La esperanza y los frutos humanos, espirituales y sociales que estos proyectos han deparado para los pueblos del Sur son enormes. Es grande también la credibilidad de que goza Manos Unidas ante la sociedad española, por su austeridad en la gestión, la eficacia de sus proyectos y porque ha conseguido sensibilizarnos a todos sobre la lacra terrible del hambre en el mundo.
El lema de la campaña de Manos Unidas en este año es "No hay justicia sin igualdad". Son dramáticas las desigualdades entre el hombre y la mujer en los países del sur, en los campos de la libertad personal, el derecho a la educación, la capacidad de elegir, el derecho al trabajo, a la asistencia sanitaria y la alimentación. Estas desigualdades son todavía más sangrantes si comparamos las poblaciones del llamado primer mundo y el tercer y cuarto mundo. Los organismos internacionales reconocen que 1000 millones de personas sufren la dramática experiencia del hambre. El Papa Benedicto XVI ha denunciado la crisis alimentaria de que son víctimas muchos hermanos nuestros y nos ha dicho que "esta crisis se caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos, sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, por tanto, por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y emergencias". Nos recuerda además que la solución de la pobreza no está en la mera técnica, sino que necesita "hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano".
El hambre es una triste realidad para una parte importante de la humanidad, que requiere una lucha concreta y eficaz mediante una estrategia adecuada, en la búsqueda continua del bien común, fundamentada en el destino universal de los bienes de la tierra e inspirada en un humanismo integral y solidario.
Manos Unidas nos invita un año más a la generosidad y a comprometernos eficazmente en la lucha contra el hambre. Así nos lo pedía el Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes: « Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo, el Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que recuerden aquella frase de los Padres: 'Alimenta al que muere de hambre, porque si no lo alimentas, lo matas´» (n. 69). Los hambrientos claman ante las sociedades opulentas y golpean nuestra conciencia. Dios, sobre todo, nos llama a compartir nuestros bienes con los necesitados. En el momento crucial del juicio no habrá posibles ambigüedades. Los criterios últimos de discriminación serán nuestros sentimientos de amor con los pobres y desgraciados: (Mt 25,41).
La Iglesia contempla en los pobres el rostro de Cristo (Centesimus Annus 58). Por ello, el amor a los hambrientos exige un compromiso generoso, una esperanza firme y también austeridad de vida, para compartir con los pobres no sólo lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario. En realidad cuando el amor no duele es pura hipocresía. Hay muchos hermanos nuestros que esperan nuestra ayuda y pueblos enteros condenados al subdesarrollo. Mitiguemos sus carencias con nuestra generosidad, ayudándoles en su desarrollo integral.
Por todos estos motivos os invito a ser generosos en la Campaña que se llevará a cabo en las parroquias de la Archidiócesis el próximo domingo, al mismo tiempo que ruego a los sacerdotes que hagan con todo interés la colecta, motivándola adecuadamente en la homilía.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla