Revista Cultura y Ocio
las grandezas teme, oh almaC.K.lo que no hay es paciencia, la hemos dejado atrás, hemos pensado que ya no va a ser útil nunca más, en el vértigo se vive mejor o se vive más rápido, la fiebre del ir y la del volver lo ocupa todo, ocupa las plazas, ocupa las palabras, los gestos, hay sueños acelerados, besos que no se llegan a dar nunca, la velocidad es lo único que importa, velocidad y llenado, volcar en un cajón todo cuanto encontremos, echar los capítulos de la serie que estás viendo, la confidencia del amigo, la lista de la compra, las palabras que alguien recuerda que dijiste, abrir el cajón, demorarse en la visión de lo que contiene el cajón, pero no usar lo que hay, no saber qué manos amorosas lo facturaron, en qué privada fantasía cobró cuerpo lo que hemos ido arrumbando ahí dentro, en el cajón, en cierta manera la velocidad hace que nunca haya cajones suficientes, no esperamos a llenar uno cuando ya estamos buscando otro que tener a mano, no sabe uno cuando tendrá que usarlo, no podemos ni imaginar que no esté, la velocidad es la que manda ahora, no hay otra medida de lo que somos, la espera no vale, en la espera la cabeza bulle, una cabeza que bulle es un peligro si no se posee cierta experiencia, en el manejo de cabezas que bullen, no pensar a veces es un refugio maravilloso, vivir es siempre moverse, lo que no se mueve no es vida, aunque la gobierne el confort y la mimen los astros de los libros antiguos, por eso debes continuar moviéndote, debes hacerte sólido en los desplazamientos, exhibe seguridad, mejora la calidad del paso, merece el vértigo, no se te ocurra pensar en parar, no haces nada en lo quieto, solo es una distracción, un remanso, un vacío, el vértigo es más productivo, la paciencia no importa, no te dejes nunca engolosinar por quienes la venden como algo bueno, las religiones son un paso atrás en tu aplicación, las religiones te embelesan, te hacen parar a escuchar, las palabras son el veneno, no te pares nunca delante de un predicador, te va a comer la cabeza, hará que bulla, hará que explote, hará que sangre, los predicadores son charlatanes, han aprendido una sintaxis, conocen un vocabulario, están enseñados a decir las palabras que el miedo desea escuchar, el cielo no existe, el infierno no existe, sólo hay vértigo, la línea que se adentra en el horizonte, el humo que se adensa en el horizonte, la oscuridad, a lo lejos, cercándolo todo, avisándonos de que después de haberlo recorrido todo es el paso el que cede, no andas, no avanzas, el corazón se para, la cabeza no se extasía con la sangre que la hace pensar, incluso esto que escribo sale a borbotones, lo dirige el vértigo, lo escribe el vértigo, carece de la corrección, lo corregido malogra lo verdadero, voy escribiendo, voy pensando o quizá sea al revés, piense, escriba, como el jugador de ajedrez pienso en la siguiente jugada, en cómo llegar a mi destino, pero no sé nunca con certeza los movimientos, los voy acometiendo conforme la trama va avanzando, hay tramas espesas de las que uno no sale jamás, tramas livianas, tramas de osito de peluche en la cama de una niña en mitad de la noche, soy el caballo que corre hasta que se le pudre el corazón o hasta que revienta sus pulmones, no hace falta salir a la calle, enfilar la acera, ir buscando las afueras y correr de verdad, correr como te han dicho que corras, no es ése el correr del que hablo, o no lo es del todo, puedes correr mientras lees a kavafis, en casa, en tu sillón de orejas, lees a kavafis, escuchas a prokofiev, tu cabeza lee a kafavis, pero kavafis no es el fin, kavafis es un escenario, uno entre muchos, el argumento lo pones tú, el vértigo es tuyo, no finges, es verdadero, estás en alejandría mirando cara a cara al dios, mecido por la comparsa invisible, tanteando la luz, sintiendo cómo te invade a cada verso que lees, afuera todo es extraño, dentro es donde persiste la bendita intimidad de tu fiebre, estás enfermo, cómo envejeces, no necesitas cura, vas directo al final, pero el trayecto es hermoso, después llega la punzada, la belleza llega en ese trance, no la ves hasta que el cuerpo siente la punzada, ahí está, después de la punzada nada es lo mismo, ni siquiera tú eres el mismo, los amigos te ven, te escuchan, les cuentas cómo fue ayer el día, si el trabajo te agotó lo habitual o si en el bar en donde tomas el café no tuviste el periódico, como de costumbre, son las costumbres las costuras del traje, todo se derrumba si hay un mal pespunte, si cambia el guion, pero la belleza arde, oh alma, por eso tú respiras, porque la belleza es la que escribe el guión de todo lo que observas, incluso la fealdad es una extensión suya a la que alguien encontró un sentido, la belleza no la entiende todo el mundo, anoche escuché a charlie parker en un supermercado, estaba de fondo, no entendí cómo la gente no dejaba de echar cosas al carro, dejaba de comprar cerveza, lejía, pan de molde, bayetas, leche semidesnatada, croissants, y se ponía a escuchar a charlie parker en mitad del pasillo, en silencio, no vaya a ser que algo se pierda y no se registre toda la belleza, pero no pasa, eso no pasa nunca, ni yo hice eso que ahora me parece tan normal, no hacemos cosas que llaman la atención, cuidamos de que no nos miren mal, estamos siempre cuidando de que no nos miren mal, hacemos lo posible para que nos miren bien, para encajar, para ser una parte relevante de la tribu, no una apartada, ni la parte prescindible, la que da miedo o la que no se entiende, debemos hacernos entender, charlie parker era un incomprendido, todos los jazzmen lo son, el jazz no permite que alguien equilibrado lo toque, rechaza al ortodoxo, vengan los desquiciados, estoy aquí, he venido a que me expriman, saquen de mí lo que nadie ha sacado hasta ahora, hagan que gima como nadie lo ha hecho hasta ahora, el oficio del jazz es gemir y hacer que quien lo escucha, en lo que pueda, en lo que sepa, gima también, el bebop es un gemido, uno tangible, audible, un aullido de gemido, un aullido de oro puro, eso es el jazz, pero ahora tengo sueño y voy a ver si cojo el sueño, no se deja, no se deja siempre que uno lo desea, mi cabeza lee a kavafis, hay poemas de kavafis que no salen nunca, están ahí, aunque no se tenga la certeza de que está o no se divulgue ni se confiese a alguien, mira, yo tengo un poema de kavafis en la cabeza, no tiene sentido airear esas cosas, en realidad qué hay que tenga sentido contar, no hay nada importante que contar y sin embargo todo es digno de ser contado, el oficio del que escribe es contar, es darse, es no dejarse vencer por el silencio, ya lo he contado muchas veces, contarlo es una manera de recordarlo y de no decaer, sobre todo no hay que decaer