Revista Motor

No he llegado hasta el final

Por José María José María Sanz @Iron8832016
No he llegado hasta el final

No he llegado hasta el final. Una vez más me he quedado sin coronar el plan de la ruta de hoy, que ha sido preciosa. No hacía frío y, en principio, no llovía. Iba a hacer un poco de viento racheado... y ya está. Lo cierto es que el día de hoy era para haberlo declarado Día mundial de las nubes. He visto todo tipo de nubes: altas, bajas, espesas, llovientes, huidizas...

Solo ha habido una cosa que no me ha gustado nada: encontrarme con dos bancos de niebla muy espesa. Me he asustado bastante, he deducido la velocidad, he puesto la luz larga y he encendido los cuatro puntos cardinales. No sé si esto está permitido, pero tenía que hacerme ver por los de detrás y los de delante, así que siento haber roto alguna norma pero me ha parecido lo más prudente. Parar la moto me ha parecido la peor opción, por lo que no lo he hecho. Dos bancos de niebla como de cinco kilómetros cada uno. A partir de ese momento el suelo ya se ha presentado mojado casi todo el trayecto por lo que he aprovechado para conducir fino. Lento y fino.

Total, que sobre las diez de la mañana he salido rumbo al Real Sitio de Santuy. Quería ver todo lo que no queda, todo lo que el tiempo y la gente se llevó, todo lo que la hipocresía política y social desmanteló en tiempos peores. El monasterio de San Audito era el centro de este cisterciense lugar que mucho más tarde se completó con esas iniciativas ilustradas dieciochescas de dar real trabajo a la gente real de los pueblos. El Cister llegó a la Sierra de Ayllón de la mano de Alfonso VIII de Castilla y allí se levantó un lugar un tranquilo, un lugar de meditación para los monjes, un lugar rodeado de naturaleza. Debió ser excepcional este sitio porque en 1510, el Cardenal Cisneros lo compró como espacio de retiro personal.

Lo que pasa es lo de siempre: el hombre propone y Dios dispone. Es decir, que llegando a Paredes de Buitrago he decidido no seguir adelante. El cielo se estaba cerrando demasiado y la lluvia había dejado de gustarme por su incipiente intensidad. No me ha importado esa especie de sirimiri, ese goteo fino y pequeñito que me ha acompañado desde El Berrueco, pero no he querido pasar a mayores. Otro día será. No importa.

Sin embargo he conocido la cabecera de la presa de Puentes Viejas. Un bonito sitio donde ir de paseo. Un estrecho muro que advierte al conductor con un semáforo, uno de esos semáforos que están programados para equis minutos y basta con esperar.

Ha sido una bonita mañana de Iron. Una de tantas que hacen despertar en mi un sentimiento profundo de agradecimiento por lo privilegiado de mi vida, de mi gente, de mis amigos. El privilegio de vivir mi vida me ha tocado en los cupones y no ha sido por mérito propio sino por méritos ajenos. Tanta gente que me abriga, tantas personas que me quieren y que me demuestran andando lo que es caminar. Entre el cielo nuboso, nublado, atormentado, soleado y blanquecino, y el suelo mojado gris y verde, resbaladizo y sucio, yo, con mi moto, agradeciendo a los santos del cielo tantas cosas buenas.


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