Revista América Latina

No, hijo, no eran nazis…eran franceses

Publicado el 30 enero 2015 por Adriana Goni Godoy @antropomemoria

De la exclusión al exterminio

Pablo M. Dreizik

Los campos de internación del sur de Francia

No, hijo, no eran nazis…eran franceses

Löw y Bodek “Toujours la même chose”. Lavis. Camp de Gurs, 1940.

Que la práctica de la xenofobia, la discriminación y la exclusión pueden, bajo ciertas condiciones, conducir al exterminio del otro es una afirmación no sólo de orden especulativo sino una de las más duras lecciones del siglo XX. Un índice revelador de tal escalada que ha ido de la “exclusión” a la “eliminación” masiva de la población considerada indeseable es provisto por las transformaciones sufridas por los campos de reclusión del sur de Francia. Efectivamente, estos sitios destinados en principio a ser centros de refugiados, especialmente de españoles republicanos y alemanes socialdemócratas y comunistas, devendrían en el curso de la guerra campos de deportación, la antesala a los centros de exterminio en el centro de Europa.

La cuestión asume un sesgo particularmente espinoso: aquellos centros de detención fueron emplazados antes del arribo del gobierno pro-alemán de Vichy, precisamente fueron construidos durante el período de la República, bajo el gobierno de Daladier en 1938. Esta nota singular de los campos del sur de Francia, el hecho que remonten su origen al período republicano, los ha investido de caracter problemático que alcanza al corazón de la misma memoria histórica francesa. Sin embargo, en las últimas décadas, ha podido asistirse a relevantes expresiones por volver sobre los pasos de aquel ignominioso lastre que nació durante la República. Una de las expresiones más acabadas de retorno sobre el escenario de los campos del sur de Francia, años después de la masacre, fue emprendida por la Biblioteca Municipal de Toulouse -físicamente próxima al área donde se emplazaron aquellos campos- bajo la iniciativa y dirección de Monique-Lise Cohen. De hecho, la Biblioteca Municipal de Toulouse organizó diversas muestras sobre el antisemitismo en el sur de Francia.

La abyecta lógica -la que va de la segregación al exterminio- que testimonian estos campos, aquella que los condujo de operar como centros de internación para extranjeros a llegar a ser campos de muerte, amerita un repaso sobre su existencia.

Un rasgo singular en el proceso de deportación en el sur de Francia concierne a la anterioridad de los campos de internación respecto al gobierno de Vichy y a la ocupación alemana. Más precisamente, el origen de estos campos se remonta al período de la República, bajo el gobierno de Daladier, en 1938. Esta “iniciativa” la heredará el pro-alemán gobierno de Vichy transformando el carácter y fin de los campos. Se revela así una cierta continuidad entre la obra del gobierno Republicano y el de Vichy sostenida, a pesar de sus contrastes, en el fino hilo de la xenofobia y la discriminación. Aquellos campos de refugiados destinados a comunistas, republicanos españoles y social-democratas alemanes, se convertirían a partir de noviembre-diciembre de 1940 en campos de judíos.

No, hijo, no eran nazis…eran franceses

Llegada de los refugiados españoles a Francia.
L’Illustration, 11 de febrero de 1939.

Con exactitud, los campos del sur de Francia nacen con el decreto ley del 12 noviembre de 1938 del gobierno de Daladier. Aquel decreto hacía ya referencia a los “extranjeros indeseables” un término que evocaba una ley de 1849 que preveía la expulsión de todos los extranjeros juzgados peligrosos. El contexto de estas medidas remitían directamente, durante este período, a los acontecimientos que por aquellos años se vivían en el territorio español, en especial Barcelona y otras zonas de España cercanas a Francia. Durante el mes de enero de 1939 un contingente numeroso de republicanos españoles, intimidados ante el avance franquista, se dirigían hacía la frontera francesa. Entre el 26 de enero -a un día de la caída de Barcelona- y el 9 de febrero -cuando los nacionalistas cerraron definitivamente la frontera catalana-, más de 500.000 españoles, primero civiles y militares heridos y luego los soldados republicanos, pasaron por la aduana de Perthus. El primer “centro especial” destinado a la internación de refugiados fue instalado por decreto el 21 de enero de 1939 en Rieucros cerca de Mende (Lozère). En poco tiempo esta “asignación de residencia” devendría en “internación administrativa”. Poco después, entre marzo y abril de 1939 se emplazan seis centros en las periferias de los Pirineos Orientales para el internamiento de milicianos: en Bram (Aude) reservado a los ancianos; Agde (Hérault) y Riversaltes (Pirineos-Orientales) destinado a los catalanes; Sepfonds (Tarn-et-Garonne) y Le Vernet (Ariège) para los obreros y Gurs (Basses Pyrénées) donde estuvo internada Hannah Arendt. Estos dos últimos centros fueron los campos franceses más importantes y funcionaron hasta 1944. Particularmente el campo de Le Vernet -donde permaneció el escritor y ensayista Arthur Koestler- tendría como nota propia ser “campo represivo” donde se debía encerrar a los “individuos peligrosos para el orden público y la seguridad nacional”, en general comunistas y dirigentes de las Brigadas Internacionales.

El destino de los internados en los campos del sur de Francia sufriría rápidamente las consecuencias de las cada vez más estrechas relaciones del gobierno de Vichy con el régimen nazi. Siguiendo los términos del tratado concluido el 22 de junio, el régimen de Vichy entregó, en la noche del 8 de febrero de 1941, a alrededor de veinte alemanes anti-nazis recluidos en los campos a las autoridades del Reich. Entre estos alemanes se contaban los prestigiosos Herschel Grynspan, Rudolf Hilferding y Rudolf Breitscheid, muerto en un campo nazi en 1944.

Poco a poco, los campos fueron afectados por la coloratura particular de las políticas antisemitas que imponía el acercamiento del gobierno de Vichy al régimen nazi. El 2 de octubre de 1940 el prefecto de la Haute Garonne ordena que los ‘israelitas franceses sin recursos’ se dirijan al campo de Clairfont. Sin ninguna presión alemana, Vichy estableció una discriminación jurídica que reposaba sobre el postulado racial. El propósito del gobierno de Vichy era “limitar la influencia judía” por una serie de interdicciones profesionales. En una declaración promulgada el 18 de octubre el Consejo de Ministros adaptaba el anterior decreto de 1938 relativo al internamiento de extranjeros al nuevo parámetro racial y a la persecución antisemita. La nueva ley permitía a los prefectos internar en los “campos especiales” a los extranjeros de “raza judía”. La administración prefectoral comenzó, entonces, a revisar sus estadísticas según el nuevo criterio racial. En noviembre, el prefecto de la Haute Garonne indica a Vichy que el 53% de los 2000 internados de su departamento eran de “raza judía” porcentaje que se elevaría al 70 % de los 40.000 extranjeros internados de la Zona No Ocupada.

La política hacia la población judía sufre un giro crucial en octubre de 1940 cuando se condena a los judíos extranjeros a internamiento y vigilancia especial en villas remotas. El centro provincial más grande, pronto promovido al rango de campo, fue el de Bouches du Rhône cerca de Aix, en la carbonería de Milles, donde se reunieron 2.000 emigrados, entre los cuales se contarían intelectuales de renombre tales como Golo Mann, Walter Benjamin, Max Ernst y Lion Feuchtwanger quien plasmó en un libro sus recuerdos de internado bajo el título de Diable en France.

No, hijo, no eran nazis…eran franceses

Monumento a la Memoria de los deportados
(Cementerio del Campo de Noé)

Los más notorios campos del sur de Francia fueron Gurs, Argèles, Noé, Récébédou y Riversaltes. Vichy operó Vernet, Rieucros y la prisión de Brébant en Marsella como campo de castigo. Los campos se caracterizaron, sobre todo, por sus condiciones de vida intolerables. Un informe del American Friends Service Comittee de enero de 1942 los llamaba sitios para “escuálidos, apretujados y enfermos con altas probabilidades de morir”. André Jean-Faure, inspector de los campos de Vichy y sin duda no crítico del régimen descubrió condiciones shockeantes en los campos. Los niños y los ancianos perecían rápidamente entre la falta de vestimenta, el tifus y la tuberculosis. Serge Klarsfeld ha calculado en 3000 los judíos muertos en este período.

De todos los campos de la Zona No Ocupada, el de Gurs fue quizás el más infame. Localizado en Basses-Pyré, sudoeste de la ciudad de Pau, Gurs fue apresuradamente construido en 1939 como centro de detención para 15.000 refugiados españoles. Durante los años de la guerra la población del campo, la mayoría judíos pero también españoles y rumanos, fluctuaron de 6.000 a 29.000. En 1940, durante una serie de dramáticos traslados, las autoridades alemanas expulsaron cerca de 7.000 judíos del Palatinado a Gurs en trenes sellados. Muchos de aquellos que los nazis arrojaron del Baden, del Saarland y de Alsacia-Lorena arribaron a Gurs en 1940 sólo para aguardar la deportación en 1942. Cerca de la mitad de los judíos expulsados en esta operación estaban por arriba de los sesenta años de edad (el más viejo fue uno de 100) y, naturalmente, no pudieron sobrevivir bajo aquellas condiciones. En noviembre de 1940 un promedio de ocho personas por día morían en el campo. Por noviembre de 1943 habían muerto 1.038 personas y cerca de 3900 habían sido deportadas a los campos de muerte nazi.

El campo de Riversaltes, 20 kilómetros al norte del pueblo de Perpignan en los Pirineos Orientales, alojó alrededor de 9.000 personas, la mayoría judíos, incluyendo hasta 3.000 chicos. Riversaltes se abrió en 1941 para ‘atender’ al cada vez más creciente número de internos judíos. Hacia Riversaltes se orientó una serie de esfuerzos de diversas organizaciones judías para aliviar las penurias de los que allí se encontraban: el rabino René Hirschler, capellán general para los campos, intentó mantener una cantidad módica de vida cultural y religiosa judía para los prisioneros, el Nîmes Commision, un grupo de ayuda combinado, trabajó para llevar diversas formas de asistencia a las madres y niños internados. Las condiciones alimentarias y de vestimenta en Riversaltes eran de tal grado de indigencia que por 1942 el American Friends Service Comittee computaba una muerte diaria con mayor incidencia entre los niños.

El campo de Noé con la mitad de su población judía y la otra compartida entre alemanes y españoles fue otro campo de detención donde los internos sufrieron iguales inhumanas condiciones durante su permanencia.

Entre los campos más crueles se cuenta aquel de Le Vernet en el que estaría internado el gran escritor Arthur Koestler junto a una población que llegaría a los 3000 internos. De aquella población alrededor de un cuarto eran miembros de las Brigadas Internacionales y el resto judíos. Koestler pudo finalmente evadirse, en 1940, pero el carácter terrorífico del campo queda bien retratado en su libro de recuerdos La escoria de la tierra.

Como señalábamos más arriba estos campos sufrieron poco a poco un importante cambio de status. Al comienzo entre 1939 y 1940, la mayor parte de ellos eran campos para “extranjeros peligrosos” que persistan como un cuerpo extraño a la democracia, siendo su existencia ampliamente debatida en la cámara de diputados y en la prensa, sobre todo por los diarios de izquierda L’Humanite y La Populaire que en febrero de 1939 denunciaban la existencia de “campos de concentración”. Pero a partir de 1942 los campos del sur de Francia, hasta ese momento herencia asumida bien que mal por el Estado francés, se volvieron instrumentos naturales de la política represiva de Vichy. Ya en enero de 1940, 13.000 españoles habían sido deportados desde los campos del sur hacía el campo nazi de Mauthausen donde perecieron en el número de 5.000.

Este camino que recorrieron los campos del sur de Francia, camino impensado por aquellos que en democracia los crearon seguramente sin imaginar su transformación posterior, nos confronta con la peligrosidad del gesto segregacionista o xenófobo aún cuando este se quiera contenido dentro de los márgenes de la ley. La sutil pátina que separa la exclusión del exterminio puede ser franqueada bajo ciertas circunstancia, ciertas no excepcionales circunstancias según nos lo demuestra el siglo que dejamos.

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