“A veces tengo miedo de mi corazón, de su hambre constante de lo que quiere.
La forma en que se detiene y comienza otra vez.”
Edgar Allan Poe
Ninguna voz cortando el níquel…
pasó la nota y se murió en blanco.
Juras como cualquiera,
con los dientes apretados y cruzando los dedos,
pero tú te crees sincero
y ya ves no eres más que otro mentiroso
haciéndose el juego.
Porque yo ya dejé las fichas
que no engañan a nadie.
Así que conmigo baja la bandera
que ya sé que eres gratis.
Y que supe amarte, ya lo sé…
no hagas leña del sentimiento erróneo y salvaje.
Si quitas mis dientes de la ecuación,
te sale naufragio y medio
y a perder tú
que eras ya ruina sin mi…
¿Qué serás ahora?
Ese valiente de sombra torva,
el cajetín vacío de la última cabina
de la calle grande.
Me largué con mis tacones rotos
y más promesas de azúcar,
no pensaba volver ya entonces,
igual esperabas que ahora al regalar a estas calles con mis pasos,
iba a decorarte de nuevo la cama,
que no, cielo, que a estas alturas
ni valgo para accesorio,
ni quiero tus velas viejas.
No es rencor, es desacuerdo.
Ya no te vistes con aquel refugio
de olores claros…
¿Por qué será que te recuerdo con los labios morados
y la polla entre los dientes?
Tan gris como macabro,
tan instante como fuego,
tan poca cosa y con tanto apego
por las cosas de natural lluvioso y ondulante.
Mal estoy si aún te veo,
si juego tus medallas
al abrigo de los recuerdos.
Tal vez en mi infierno
te haga rodear a pie todas las escaleras
que nunca te atrevías a subir.
Aquí el verso que se partió en dos
y las minúsculas estancias que llenaba tu lengua.
Ningún dolor como tú y la gangrena de tu nunca jugando con siempre jamás y ahora no vuelvo…
¿Vas a cerrar la puerta?
Que esta ropa de abrigo me queda estrecha.
Ahora no irás a llorar…
No es tiempo ya para remordimientos,
no queda alpiste en tu jaula imaginaria.
Vuelve al hielo, guapo.
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