Nuestra historia se compone de grandes civilizaciones que compartieron el eje conceptual de un respeto casi sagrado a la muerte y para con los muertos... Pero hoy hemos cambiado: es evidente que nos hemos desespiritualizado, que la religión ha minimizado su presencia, contrayendo las fronteras del espacio de protagonismo que vino ocupando en la concepción social del existir.
Con ello, el culto a los muertos fue reducido a la mínima expresión que supone llevar unas flores, durante la visita programada al cementerio, en los primeros días del mes de noviembre.
Al mismo tiempo hemos retrocedido, de la mano del Capitalismo, hacia concepciones más materialistas de la existencia, las del "tanto tienes tanto vales", planteamientos en los que todo, hasta el intangible etéreo de los sentimientos, tiene un precio.
Ante tales configuraciones del pensamiento la muerte no podía dejar de ser una atractiva posibilidad de negocio, sin altibajos, sin crisis ni riesgos: cada día mueren unos 800 españoles y, si Dios no lo remedia con un milagro, siempre será así... Cada año cerca de 300.000 fallecimientos demandarán espacio, flores, caja y despedida, necesidades que generan un mundo de ofertas cuyo valor y calidades estarán en consonancia con los posibles, la supuesta alcurnia o el -tan humano y personal- deseo de protagonismo...
Aún así me resulta dificil, aunque no imposible, admitir el hecho de que incluso después de muertos debamos seguir contribuyendo, abonando periódicos impuestos municipales por un espacio -el que ocuparemos- que apenas genera gastos... Pero lo que ya me parece intolerable, por vergonzante e irrespetuoso, es que se reclame el pago de esas tasas a través de pegatinas estampadas en las lápida, como se viene haciendo en el cementerio de Torrero (Zaragoza).