Uno de mis amigos acaba de llegar a Venezuela. Me avisó que iría por trabajo y me ofreció su maleta para que la aprovechara dejándole solamente espacio para una muda de ropa, unas chanclas y un traje de baño.
Gracias a ese vasco al que vamos a llamar “Patxi” le mandé cosas a mi familia, pero no lo que muchos piensan. No envié jamón ibérico, aceite de oliva, salchichón ni queso de oveja. Tampoco perlas mallorquinas, pulpo gallego, mejillones en escabeche ni chorizos asturianos. En la maleta no había botellas de Rueda, Ribera del Duero, Rioja ni Cava. No metí turrones alicantinos, mazapanes manchegos ni ensaimada rellena de crema. No mandé olivas manzanilla, berberechos, horchata ni cecina. ¡NO! Tuve que empaquetar azúcar, lentejas, caraotas negras, café, leche, arroz, champú, acondicionador, toallas sanitarias, jabón, toallitas húmedas –el papel higiénico ocupa mucho espacio– pasta dental, desodorante, medicinas (para mi madre, mis amigos, para los casi desconocidos) zapatos, ropa para los niños… Eso es lo que conseguí hacer llegar a casa gracias a que alguien me hizo un favor y a la que en este caso llamaremos “suerte”, algo que no tiene todo el mundo.
¿Alguien puede decirme con qué se pasa un trago así? ¿Cuál es el imbécil que desde el bar viendo el partido del día con una caña en la mano y una tapa en la otra me va a decir que en España están peor? Peor un carajo. Peor estaban en Europa del Este mientras miles de tarados aplaudían a Lenin, a Stalin o a cuando hijo de poca madre tuviera a la gente pasando hambre. Peor estaban en los campos de exterminio nazi. Peor ya ni siquiera están en Cuba donde innumerables cubanos durante décadas han paseado las calles de La Habana mendigando a los turistas o haciendo felaciones a cambio de cuatro monedas que permitieran llevar a casa algo más de lo que cabe en una cartilla de racionamiento y sin temer que en el camino un malandro les quite a punta de plomo lo ganado.
Peor estaba España en plena guerra civil. Sí, esa que se acabó hace casi ochenta años y de la que cada uno se acuerda cuando le conviene. Peor estaban en cuanto país pobre la tierra parió, pero no en Venezuela. Así no se puede vivir en pleno siglo XXI. Así no se vivía ni cuando mi abuela conspiraba contra el asesino Pérez Jiménez, ni cuando mi bisabuela madrugaba para ir a sembrar maíz al campo. Ni siquiera se vivía así cuando mi papá estudiaba un año y trabajaba el siguiente para ayudar a criar a sus hermanos. La pobreza que había antes no es ni lejanamente comparable con el hambre que hay ahora.
Hacer colas desde la noche anterior para comprar comida, eso no lo había vivido nadie en ese país rico que diecisiete años de “revolución bonita” han dejado en harapos.
¡Maldita la hora!
¿Quién puede defender esto? ¿Los mismos que se molestan cuando ven que se habla de Venezuela en los medios de comunicación españoles? ¿Los mismos que consideran preso político a un terrorista y terrorista a un preso político? ¿Los mismos que se quejan de la falta de democracia española pero aplauden que no exista en Cuba? ¿Los mismos que se autodenominan defensores de los derechos humanos pero se hacen los tontos ante las purgas y las torturas que lleva a cabo el régimen de Maduro? ¿Los mismos que nunca han visto a sus madres haciendo trueque? ¿Los mismos que hablan de ecología pero dejan como un chiquero el lugar donde se reúnen para “arreglar el mundo”?
A mí me parece estupendo que a muchos españoles no les parezca cierto lo que ocurre en Venezuela ni les importe si lo es, pero por favor, no me vengan con cuentos, no busquen excusas y menos si son baratas. Los problemas de un país no son excusa para poner en duda lo que ocurre en otro.
Mientras miles de hipócritas desde la comodidad de sus casas siguen pintando a Venezuela como un paraíso, muchos venezolanos piden desesperadamente que les saquen de allí, pero claro, Venezuela no es Siria y parece que habrá que esperar a ver los cadáveres flotando en el Caribe para que por fin alguien haga algo. Y hasta que llegue ese momento, los que estamos en cualquier lugar del mundo debemos hacer lo posible por dar cuenta de lo que pasa y encontrar la manera de ayudar aunque sea con una simple pastilla de jabón a nuestros seres queridos.
Gracias a todos los “Patxi” que van a supermercados, preparan envíos, recorren farmacias o cruzan fronteras para ayudar a mi país.
Fotos:
S.A
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