Empiezo a estar un poquito harta de la historia. Bueno, aclaro, no de la historia en sí, sino de la utilización que hacen unos y otros del pasado. Es lamentable, pero tengo la impresión de que muchos "historiadores" no se parecen en nada a lo que debiera ser un científico o un estudioso de la historia, más bien son rebuscadores e interpretadores de lo que pueda interesar. Miran hacia atrás y siempre encuentran un plácido y trillado sendero que indefectiblemente llega hasta nosotros para darnos la razón. Digo "nosotros" en primera persona y esto ya es importante porque dependiendo de quiénes seamos "nosotros" ese sendero será uno u otro. Vamos, y para ir al grano, en general esos "historiadores" se parecen más a mercenarios al servicio de políticos o de ideologías que a lo que debiera ser un verdadero estudioso de la historia –aquí es donde mi amigo, el filósofo, me informa que Ortega y Gasset ya quiso establecer la diferencia entre historia e historiología, y digo yo que por algo sería.
Voy a los argumentos. Primero: la historia no existe. Y no es simplemente que quiera jugar con las palabras –por aquello de que los hechos de la historia son pasados y no presentes-, sino que claramente lo único que existe son los legajos del pasado –las muescas, los testimonios, las heridas o los restos-, lo que llamamos historia no es más que una interpretación, una lectura. Pero también existen –en presente- los silencios, y estos pueden ser más reveladores que los hechos recordados. ¿Cuántas veces hablamos en nombre de los pueblos del pasado a partir de lo que unos cuantos pudieran decir o hacer, olvidando absolutamente el sufrimiento o los deseos del verdadero pueblo? Somos capaces de hablar del destino de un pueblo o de una nación a partir de lo que dos señores estuvieron dispuestos a firmar en un tratado. No, no me da la gana que mi –o nuestro- presente lo escriban Rajoy o Zapatero o Mas o Sarkozy o Merkel o Botín. Ellos ya hacen lo que pueden por determinar mi vida, pero mi –o nuestro- presente es, afortunadamente, mucho más rico y plural. Mis –o nuestras- líneas apenas se leen, pero no permitiré que me las escriba otro.
Segundo: nadie pensaba en nosotros en el pasado. Es así de duro. Todo cuanto las personas vivimos, hacemos y deshacemos, es pensando en nosotros, nadie planifica un futuro lejano. ¿Por qué tuvo que ser diferente en el pasado? No, no me vengan con héroes que se proyectan hacia un futuro luminoso, no me vengan con ésas porque, sencillamente, nadie actúa así. Por lo tanto, mi –nuestro- presente no me lo escribieron ni me lo pensaron otros, y todas nuestras tragedias o nuestras goces no se las debemos a ningún héroe o villano que se inmolara por nosotros.
Tercero: ante cualquier hecho histórico que sirva para sostener una justificación del presente, siempre encontraremos otro hecho que justifique lo contrario. El pasado es un cajón de sastre. A base de buscar y rebuscar siempre encontraremos algo que nos sirva para nuestras intenciones. ¿Por qué aceptamos unas y no otras? Si somos sinceros, esta pregunta sólo tiene una respuesta: para justificar nuestras intenciones sobre el presente. Y es que, cuando queremos justificarnos, siempre acabamos utilizando el pasado como argumento. En esa utilización de la historia, la ideología echa mano de una artimaña: la manipulación.
Sin embargo, sí creo en los científicos. Creo en aquellos que, como antiguamente, sólo están guiados por el deseo de saber y sin más intención que la de colmar el gozo intelectual. Siendo así, la historia debería ser la ciencia que intenta entender el pasado en toda su grandeza, en toda su multiplicidad, aunque ese pasado no nos diga nada de cómo somos nosotros ni justifique en absoluto nuestros deseos. Así que, cuando hagan historia de los pueblos, por favor, no me la mezclen con lo que ustedes desean y no se olviden de todos los que no aportaron nada a nuestros intereses, porque quizás así en el futuro alguien se acordará de nosotros, de todos los que escribimos con letra muy pequeña.Actualidad política y social. Una visión crítica de la economía la actividad política y los medios de comunicación.