Hace dos días que Piojilla ha sido operada de una hernia inguinal. He pasado momentos de angustia y miedo. Pero hoy quiero contar cómo ha ido y la sorpresa que ha sido para todos.
Quien conozca a Piojilla, sabrá que tiene una forma de ser muy original. Es reservada en algunas cosas, pero un pico de loro para otras. Fue una bebé de altísima demanda: de no dormir (o dormir poco), de llorar mucho, de necesitarme (y subrayo ME, porque sólo yo podía cubrir esa necesidad...) y de ejercitarnos la paciencia a diario.
Los "dos años" duraron hasta los 4 y medio. Fue una etapa muy muy intensa y dura. Aún hoy tenemos algún episodio de estos, pero prácticamente puedo decir que ya lo hemos superado. (Esto lo digo con el ánimo de dar esperanza a las mamás que tienen hijitos parecidos).
Sin embargo, y pesar de ser una crianza mucho más difícil que la de la Pioja mayor, tuve muy claro desde el principio como quería criar a Piojilla. Y ha sí ha sido.
Una de mis premisas básicas ha sido siempre decirle la verdad. Explicando con palabras que ella pudiera entender, pero sin ocultar nada. Por eso, cuando han tenido que hacerle una analítica, le dije exactamente lo que pasaría y lo que sentiría; le han debido hacer dos o tres en su vida. No ha llorado jamás ni tiene miedo a las agujas. Esta situación era diferente. Una operación, con anestesia general. Me entró el pánico. No por la operación en sí, sino por todo lo que conllevaba. El pre-operatorio, la anestesia, el post-operatorio.... la recuperación. ¿Cómo contárselo? Tenía muy claro que no le mentiría. Recuerdo que cuando era pequeña y tenían que ponerme una inyección, mis padres -médicos los dos- me decían con la mejor de sus intenciones que "no duele". Cuando me la ponían, me dolía y yo sentía dos cosas: Una, que los médicos hacen daño y otra, que mis padres me habían engañado. Aún ahora para ponerme una inyección han de sujetarme tres personas...
Por eso no quise que Piojilla se quedara con esa sensación y Papá Conejo y yo resolvimos que le contaríamos todo. Fuimos contándole cada cosa a su tiempo: las analíticas, las pruebas de anestesia, cómo sería la intervención. El día previo a la operación yo estaba hecha un atado de nervios y dos amigas queridas me consolaron, pero aún así tenía miedo. No dormí pensando en ello pero nunca mostré mis temores a Piojilla, siguiendo los consejos de estas buenas amigas.
Cuando nos levantamos muy temprano por la mañana, me sorprendió lo tranquila que estaba. Eligió ponerse un tutú rosa y zapatillas de lentejuelas para la ocasión.
Llegamos al hospital y nos dieron una pequeña habitación en la que "nos prepararon". Batita rosa con manzanas dibujadas, pulsera con su nombre y apellido y unos cuentos para leer. Debo decir que la atención del hospital (Niño Jesús) fue impecable. Los médicos muy cariñosos con niños y padres. Nos dejaron estar juntos en todo momento y nos sentimos cómodos y bien atendidos.
Cuando llegó la hora, nos llevaron hacia "el sitio". Sin que yo lo pidiera nos dejaron estar con ella hasta el momento mismo de la operación, en una salita al lado de quirófanos. Allí estábamos otras mamás con los respectivos hijitos. Alguno lloraba. Piojilla no. Escuché como una mamá le decía a su hijita: No te harán nada, te darán juguetes... Me preguntaba a mí misma, sino estaba siendo demasiado "alternativa" y debería suavizarlo todo... contarle alguna mentirijilla.
Como si oyera mis pensamientos, Piojilla preguntó qué le harían y tuve que explicarle como sería todo. No la cirugía, sino lo que sentiría, y lo que pasaría después. Parecía entenderlo todo y se mostró tranquila. Cuando se la llevaron me dijo adiós con la mano y una sonrisa... mi corazón se quedó allí. Al cabo de unos 35 minutos nos llamaron para decirnos que todo había salido bien y que Piojilla estaba despertando. Nos la trajeron a la misma habitación en la que estábamos antes y venía despierta. Me vió y me dijo: mamá, no he llorado. (días antes le había dicho yo que no pasaba nada si lloraba, porque las pupas duelen).
No lloró. No se ha quejado desde entonces; su única protesta fue porque quería irse a casa inmediatamente. Le he preguntado si le duele y me ha dicho que "un poco". Yo recuerdo mi operación de apendicitis como el peor recuerdo de mi vida... y un dolor que me tuvo inválida durante dos semanas.
Estamos en casa y ella está contenta. Camina, se levanta, tiene buena cara. Nadie podría decir que acaba de ser intervenida.
Me ha sorprendido su forma de llevarlo, lo bien que está. Parece una persona mayor; atenta a todo. Haciendo lo que se le dice; hablando como si tuviera más años... hablando de su "pupa" y de como fue, como si fuese una anédocta. Nos ha dado a todos una lección.
Tal vez algún día le diga que pasé mucho miedo. Pero mi impresión es que lo mejor que hemos podido hacer es no mentir. Así ha aprendido dos cosas: Los médicos curan, los papás no mienten.
Gracias a todos por vuestros ánimos y compañía durante estos días.
CLAU707