Una vez, cuando quedaba una semana para mi boda, pasé por el barrio donde había vivido desde que nací hasta que me emancipé y me encontré con una vecina ya anciana. Tras los saludos de rigor me preguntó por toda mi familia: y cómo están tus padres, y tal hermano, y tal sobrina… finalmente me tocó el turno y el diálogo fue como sigue:
-¿Y tú? ¿Estás casada?
-No, yo no. –Respondí.
-Bueno, eres muy joven, ya llegará. –Comentó ella con la enorme sonrisa cómplice que se les dedica a las chicas casaderas.
Al contrario que si hubiera tenido un novio “como dios manda”, no le aclaré que tan solo quedaban unos días para mi boda, ni que estaba felizmente enamorada, ni que mi pareja era la mujer más maravillosa sobre la faz de este planeta.
Seguí mi camino frustrada por esa mezcla de cobardía y pereza que me invade en las ocasiones en las que he de explicar mi familia ante la gente cuyo grado de homofobia desconozco. Las respuestas del mundo frente al hecho de que seamos una pareja de mujeres van desde la discriminación pura (¿os acordáis?) y las miradas de desprecio (las más minoritarias, afortunadamente, al menos en nuestro caso, pese a que el otro día recibimos una) hasta la más completa normalidad, que tanto alivio nos produce. Pero entre estos dos extremos hay un montón de variaciones a las que nos tenemos que enfrentar cada día.
Desde el primer momento, mis padres han sido increíblemente modernos, mucho más de lo que me esperaba. Tened en cuenta que mi padre nació en 1930 y mi madre en 1936. Pero siempre han aceptado a mi bruja como una nuera más, sin hacer ningún tipo de distinción con respecto a mis demás cuñados y cuñadas. Más sorprendente aún me resultó cuando les comenté que estábamos intentando ser madres y que mi bruja iba a ser la biológica. No esperaba que lo comprendiesen tan bien, ni que sintiesen a este bebé de la misma manera que a sus demás nietos. Pero su respuesta fue sencillamente: ¡Hombre! ¡Y nosotros que pensábamos que ya no íbamos a tener más nietos! ¡Pero qué alegría! Entonces será el decimosegundo nieto, ¡qué bien! Aunque, en general, mis hermanos y hermanos han vivido mi matrimonio y maternidad con una normalidad similar, creo que incluyo les ha costado comprenderlo más a ellos que a mis padres, con eso os digo todo. Con mi familia política he tenido la misma suerte. ¡Mi mujer y yo podemos considerarnos afortunadas!
No obstante, el problema viene cuando mi madre tiene que enfrentarse a gente con la que no tiene mucha confianza o de la que desconoce por dónde van sus “convicciones morales”. Si yo reaccioné de ese modo cuando charlaba con mi vecina, que me importa un pimiento, ¿cómo puedo condenarla a ella por ocultar a algunas personas que su hija está casada con otra mujer? Una vez le oí decir a una de las veraneantes con las que coincide siempre en la playa que mi bruja era “mi compañera de piso” y ayer mismo, en la comunión de una de mis sobrinas, le dijo a una señora que era “una amiga de la familia”.
Esta señora ya debía saber por mi hermana –la madre de la niña que hacía la comunión- que yo era lesbiana, por lo que intuyó quién era mi bruja, pero se hizo la loca. Dio la casualidad de que me tocó sentarme a su lado y, para arreglar el malentendido, se la presenté como mi mujer. Ella se aturulló, pues hubiera estado mucho más cómoda si hubiésemos continuado la farsa de la “amiga de la familia”, y movió la mano como diciendo “no importa, da igual”, del mismo modo que si la hubiera pisado sin querer y le estuviese pidiendo perdón.
Pero claro que importa, es mi mujer, si hubiera sido mi marido estaría encantadísima de conocerle.
En la mesa se habló mucho de bebés (pues como suele suceder en este tipo de eventos, por allí había unos cuantos), pero en ningún momento se mencionó que mi bruja, quien ya tiene una tripa considerable, y yo, íbamos a tener uno. La pobre estaba sentada allí delante con su enorme embarazo mientras las madres se aconsejaban unas a otras sobre puericultura casera sin ni siquiera dirigirle la palabra ni llenarla de consejos como suele hacerse con las embarazadas. Una especie de acuerdo que ninguna de las dos habíamos firmado había silenciado nuestra familia en esa bonita tarde de mayo.
La reacción de “no importa, yo soy super tolerante” es una de las más comunes. Una vez, mi bruja se encontró con una amiga de su infancia y me la presentó. Ella le dijo:
-El otro día precisamente vi a tu hermano y me cotilleó que te habías casado.
-¡Y además con una mujer! –añadí yo en el tono con que se cuentan los chismes, obviamente en plan de broma.
La amiga de mi bruja se puso nerviosa.
-No, no, si a mí eso me da igual, de verdad…
No sé cómo explicar la sensación que siento cuando alguien te dice cosas así. Lo hacen con toda su buena intención pero en lugar de normalizar la situación, alegrarse por ti, etc., lo que provocan es la impresión de que te están dando permiso para existir con la magnanimidad de quien tiene el poder de no concedértelo.
También se ha producido una situación “interesante” en las ocasiones en que hemos contado a la gente que nuestra hija va a llevar mi apellido primero, en lugar del de la madre biológica. A pesar de que si esta hubiera estado con un hombre jamás se hubiera cuestionado el tema, a mi bruja le han llegado a recriminar:
-¿Pero cómo le vas a hacer eso a tu padre?
Otra de las reacciones ante nuestra familia es la de preguntar cosas verdaderamente íntimas. Imaginad, por ejemplo, que una pareja heterosexual anuncia que van a ser padres y la gente les empieza a preguntar que cuándo echaron el polvo por el que ella se quedó embarazada, que si les ha costado muchos intentos, que si han pensado ya en el rol que va a tener cada uno en la educación del bebé, bla bla bla.
Pues he aquí algunas de las preguntas que nos han hecho personas con las que ni siquiera tenemos mucha confianza:
-¿Y tú vas a ser el padre, otra madre, o qué? (a mí).
-¿Y al donante de semen le conocéis, o es anónimo?
-¿Cómo te has quedado embarazada? (a mi bruja).
Imaginad ahora que a la pareja heterosexual que está esperando un bebé le empiezan a contar las cosas malas que pueden ocurrirles a ellos o a su futuro hijo y a juzgar la educación que éste o esta va a recibir. Pues, no me los invento, esto son comentarios que hemos recibido nosotras:
-¡Pobrecito, si es varón, en una casa tan de mujeres!
-¿Y si necesita una figura paterna? Lo pasará muy mal.
-¿No le vais a bautizar? Aunque a vosotras la iglesia no os acepte, a él sí.
-¿Y si se burlan de él en el colegio?
-¿Y si quiere conocer a su padre (incluso cuando repetimos una y mil veces que nosotras no le llamamos padre, sino donante)?
-¿Os disgustaría que saliese heterosexual?
-Vuestra casa tiene que ser una pesadilla con una embarazada y la otra con la regla, ¿no?
Por favor, no os imaginéis a rancios ultraconservadores haciendo este tipo de comentarios y preguntas, muchos de ellos son de izquierdas y de nuestra edad.
Otra de las reacciones más usuales es la de la resignación, como diciendo “podría ser peor”. Hace unos meses, una familiar se me acercó en no sé qué evento y me dijo:
-Oye, enhorabuena, que me enterado de que te has casado.
-Muchas gracias –respondí yo.
-Bueno, -añadió ella encogiéndose de hombros en un gesto de "qué se le va a hacer"- mientras sean cosas alegres, que el mundo está fatal…
Obviamente, no hubiera reaccionado de la misma forma si me hubiese casado con un hombre. Entonces todo habrían sido abrazos, enhorabuenas, cómo os conocisteis y preséntamelo…
Cuando pienso en estas cosas me entra una rabia profunda que casi me corta la respiración y que me impide conciliar el sueño. No puedo ni imaginarme cómo será para otra gente que no tiene un solo apoyo en su entorno, ya ni digamos en otros países donde ni siquiera la ley está de su parte.
Estoy harta. Harta de sentirme a veces sin fuerzas para hablar de mi familia, harta de tener que defender a capa y a espada lo que a otros se les celebra, harta de que la gente piense que tienes que disculparte por irrumpir en su club privado de familias o darles las gracias por aceptarte en él.
Cuando una pareja de lesbianas tiene un hijo, pierde totalmente el control de estar dentro o fuera del armario, pues si ocultase su modo de vida estaría obligando al niño o niña a mentir sobre su familia o a sentirse acomplejado por ella, además de estar negando a la otra madre.
Ayer hablábamos mi bruja y yo de que por nuestra hija siempre iremos con la cabeza alta, orgullosas de quien somos y transmitiéndole a ella ese orgullo. Le daremos dosis extra de amor para que compensen la ignorancia que muchas veces le rodeará y le presentaremos a más madres lesbianas y niños con dos mamás para que sepa que forma parte de una comunidad maravillosa. A quien no nos acepte o tenga problemas con nosotras le expulsaremos de nuestras vidas, ¡ellos se lo pierden! Será una persona muy querida y espero que ello supere con creces la frustración que no hay duda de que sentirá de vez en cuando.
Importa, claro que importa, importan todas las preguntas, todos los comentarios, todos los juicios, todas las miradas, importa todo. ¡Que no somos de piedra! Afortunadamente, las heridas lo único que hacen es fortalecernos y reafirmarnos en lo privilegiadas que somos de estar formando una familia tan asombrosa.
Las siguientes imágenes son una creación de las artistas Deborah Kelly y Tina Fiveash. La traducción, debajo de cada una de ellas:





