Recuerdo, hace ya bastantes años, en la radio, un mediodía en que varios compañeros observábamos el discurrir de la calle a través de un ventanal. Pasaba la gente y de pronto detuvimos nuestra mirada ante la figura de una espléndida mujer, de la que elogiamos sus evidentes cualidades físicas, si bien uno de mis acompañantes -y no el más agraciado- puso algún reparo ante aquel bellezón. Fue cuando el más veterano de nosotros, mirándolo fijamente, y tras dar una intensa calada a su cigarrillo, le espetó: “Perdona, pero tú no eres Robert Redford, precisamente, para hablar”. La anécdota suelo contarla, con nombres y apellidos, cada vez que alguien se me pone exquisito ante cualquier circunstancia de la vida.
Es sencillo imaginar lo que hubiera ocurrido si, desde la dirección de cualquier partido político, se le hubiese expuesto este argumento a una mujer para que no encabezara una lista electoral: “No das el perfil físico ni político”. El caso es que eso no se lo han dicho a ninguna de ellas, y sí al hasta ahora portavoz de Ciudadanos en el ayuntamiento de Lorca, Antonio Meca. Se trata de un razonamiento que raya lo abracadabrante. Cuando en política se tiene que echar mano de este tipo de argumentarios es que algo falla estrepitosamente. Un partido nunca debería aspirar a ser un conjunto de replicantes, donde la uniformidad fuese moneda de cambio, como ocurre en los ejércitos.
Recuerdo también aquella campaña, en 2006, con unos sorprendentes carteles de un Albert Rivera desnudo, cuando Ciudadanos era todavía Ciutadans y aspiraba a abrirse camino en la procelosa política catalana. “Sólo nos importan las personas”, rezaba el eslogan junto a la imagen de un candidato que se mostraba como su madre lo trajo al mundo, mientras pudoroso se tapaba con las manos sus partes nobles. Rivera, que entonces tenía 27 años, aparecía como un Apolo y, entre otros mensajes en la aludida campaña, lanzaban a los cuatro puntos cardinales eso de que “no nos importa dónde naciste, no nos importa la lengua que hablas, no nos importa qué ropa vistes; nos importas tú”.
Desde aquel catecismo de hace 13 años, hoy, con determinaciones tan difíciles de explicar, la formación naranja parece que ha derivado a convertirse en una especie de sucursal de la Pasarela Cibeles, si nos atenemos a lo ocurrido en Lorca y, quizá también en otros lugares, donde da la impresión de que prima la estética sobre la ética. Se asegura que a Meca pretenden sustituirlo por un joven y emprendedor candidato, más en la línea de lo que armónicamente se esperaría para encabezar el cartel, de acuerdo a los cánones de belleza que supuestamente alguien debe de manejar. El principal afectado, que fue candidato a la alcaldía en 2015, aun reconociendo que no es Robert Redford, ha ido más allá. Arguye que no es su para nada esbelta figura, su baja estatura o su alopecia galopante lo que más preocupa al que ha sido su partido, sino por qué derroteros se moverá si, tras el 26 de mayo, el PP precisara de los votos de Ciudadanos para continuar instalado en la alcaldía de Lorca. Y Meca, sin dudarlo, culpa a los populares, con la anuencia cómplice de Ciudadanos, de moverle el sillón.
A veces en política, cuando otros argumentos escasean, se suele recurrir a la falacia. Si de lo que se trata es de configurar una lista electoral con galanes y beldades, que hablen con los representantes de modelos de Custo Dalmau o Victoria’s Secret. Siempre sería más efectivo y resolutivo. Pero no nos quedemos con las hojas del rábano. Intuyo que a Meca lo fulminan no porque su perfil se aproxime más al de López Vázquez que al de Redford; se lo cargan porque, tras denunciar todo lo denunciable en esa corporación y ejercer de mosca cojonera, pudiera resultar molesto para lo que se barrunta en el horizonte político.