Un retraso de tres días hizo falta para que mi amiga, defensora acérrima del derecho a la vida y enemiga del aborto, cambiara de opinión.
Una mirada en el tablón de notas para Julia, que jamás había suspendido un examen, para devolverla al mundo del resto de los mortales.
Dos años en el paro para que Javi, que llevaba años manteniendo que los que no encontraban trabajo era porque no tenían ganas de buscarlo, se tuviera que tragar sus palabras y reconocer que quizá el tema de la búsqueda de empleo no era tan fácil como se veía desde la barrera.
Diecisiete meses de rehabilitación para Bea, la conductora perfecta que un día se durmió al volante.
Miles de noches sin dormir esperando una llamada para Juanjo y María, que cuando veían “Hermano Mayor” miraban por encima del hombro a todos aquellos padres que no habían sabido educar a sus hijos.
Un flechazo partió en dos la fidelidad incuestionable de Sonia.
Toda una vida le llevó a Antonia comprender que no solo acaban en una residencia para ancianos los hijos de los demás.
Aprender a aceptar la homosexualidad cuando descubres que tu hijo es gay. Levantarte una mañana y descubrir que tú también podías caer en una adicción. Caer en las manos de un maltratador y no saber escapar. Ponerte tu primer “demasiado escote”. Llorar por quien no se lo merece. Ir a una playa nudista. Dejar de soñar.
De la vida he aprendido que los “no, nunca, jamás” duran cinco minutos.
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