Despreciamos y atacamos tanto a George W. Bush y a EE.UU. que olvidamos que Al Qaeda realmente existe, que es una terrible secta terrorista medieval que posee armas ultramodernas para destruirnos por infieles si no nos entregamos a su versión del islam: conversión o muerte.
Bush será soberbio y bruto -–aunque un socialdemócrata como Tony Blair lo apoya incondicionalmente--, pero el defectuosísimo país que lo eligió presidente protagonizó la primera revolución moderna, fue la primera gran democracia y salvó al mundo de dos terribles dictaduras: la nazi y la estalinista.
Es la vanguardia que anticipa las buenas y las malas tendencias de nuestra forma de vida, la menos mala existente, en la que se es libre de pensar y hasta de propagar cualquier secta islámica: EE.UU. es un nuevo Imperio Romano, bruto, pero progresista frente a aberraciones bárbaras como los Talibanes o Saddam Hussein.
Al Qaeda es mucho más que los ataques a las Torres Gemelas de hace un año: es miles de fanáticos entre los musulmanes de unos setenta países, con toda clase de armas de fuego, químicas, bacteriológicas, y si pudieran nucleares, capaces de destruir con saña en nombre de Alá buena parte del pecador e infiel occidente.
Nos molesta tanto este cowboy de Bush que no vemos a los malos del western: unos locos decididos a arrasar muchos siglos de historia, de progreso, de nuestras luchas por nuestra libertad y dignidad de hombres y mujeres.