Revista Cultura y Ocio
Primera instrucción: no pienses. Si desde que empiezas a tener tus propias ideas, alguien te las censura, vivirás más feliz. Que otros piensen por ti es el primer paso a que no tengas que pensar por nadie. Se puede vivir en esa asepsia idílica, en ese limbo puro. No pensar es un no cáncer. La enfermedad es pensar. Si no tienes la voluntad de tener un criterio propio, sólo tienes que dejarte conformar por el criterio ajeno. Dependiendo de a cuál te arrimes serás más o menos feliz, pero puedes ser igualmente feliz si viras de uno a otro y coges de aquí a allá, sin permanecer más tiempo de la cuenta en ninguno. Vale incluso que no te importe carecer de criterio, no es algo que importe más que un buen par de zapatos y una cama en la que dormir. La idea de que no pienses es la más golosa para ciertas autoridades. Quien piensa, los cuestiona. No van por ahí los tiros, no si los otros han urdido un plan y se obcequen en hacer que germine y sea duradera su aplicación. Diferir es un verbo prohibido. Discrepar no es un verbo conjugable. En esa plácida ignorancia la vida discurre con absoluta mansedumbre. De hecho, disentir no te hace medrar; bien al contrario, sólo perturba tu idilio con la realidad. No pensar es mejor que pensar en exceso. El hecho de que a todo le pongas objeciones hace que tú mismo seas una objeción. Esa marca no se borra. Está impregnada en todo lo que haces, llega antes de que tú mismo llegues, habla por ti, aunque tú no le des voz. El discrepante es un especimen descarriado. Según el grado de disención, se te adjudica al grupo de los reinsertables o al de los perdidos irremisiblemente. Es seguro que habrá una taxonomía a la que pertenezcas. No hay nadie que actúe gregariamente, todos estamos estabulados, el sistema se esmera en hacer estadísticas precisas de la comunidad a la que legisla. Tiene que haber un registro de cada pieza del puzle. El subversivo (he aquí el hallazgo semántico, la palabra rotunda y definitiva) es un apestado, no se le pone en contacto con los mantenidos a salvo de la pandemia. Las palabras se enredan y tornan oscuras las buenas ideas, lo dijeron en una canción. No pensar, ya está dicho, no tener responsabilidad en el negociado de la cosa pública. Que la administren otros, que a mí me dejen en la limpia confección de mi rutina. Las demás instrucciones se coligen de la primera.