Ya sabéis que somos emociones continuamente. Todo lo que pensamos y hacemos viene precedida de una emoción que estamos viviendo. Decía Nietzsche que los pensamientos vienen cuando ellos quieren, y no cuando nosotros desearíamos.
Todas las emociones son importantes y las necesitamos y por supuesto, me niego a pensar que existen positivas y negativas, son adaptativas. ¡Sí, quizás algunos son más agradables de vivir que otras!. Nos fijamos mucho en el aprender a gestionar aquellas más difíciles de vivir como el miedo, la tristeza y la ira, pero ¿qué hay de la gestión de la alegría? ¡Ay! Parece como si fuese la gran olvidada ¡Así nos va por la vida cuando no sabemos vivirla desde la excelencia!.
La alegría es ese estado que nos produce esa excitación que te produce placer interior. Si uno se preguntase cual es el origen de la alegría llegaría a la conclusión que es tener la sensación de ganar algo. Ganar un bienestar interior que puede estar producido por que tu equipo "ha ganado un partido", por tener un hijo, por ver después de años a aquel amigo que hace tiempo que no ves, por las buenas noticias que te puedan dar...etc. Dicen que de estas (de las alegrías) en nuestro día a día hay pocas, y no dudo que no las hayan en exceso en los tiempos que corren pero por encima de esta opinión, creo más en que no las sabemos vivir o no nos damos cuenta o no aprendemos a saborearlas en su justa medida. Pero añadiría una tercera causa. En esta sociedad que estamos creando de individualismo exacerbado,¿ no será que no encontramos a personas a las cuales poder compartir lo que estás sintiendo? Sí, definitivamente la alegría está muy bien sentirla pero necesita de algo imprescindible como todas las emociones y es compartirla, porque si no se queda en nada.
La alegría se contagia y provoca entusiasmo, optimismo y ganas de vivir, pero ¿cuidado! Es posible que te miren con cara de extrañeza ¿Qué le pasa a este? Nos hemos acostumbrado a una vida con personas amargadas por cualquier cosa que muestran caras largas y que se pasan toda una vida criticando a los demás por esto y por lo otro, y que en lugar de compartir esa alegría que te están transmitiendo sienten todo lo contrario, esa rabia que les corroe y que les impide estar bien consigo mismo. Donde hay rabia no puede haber alegría. Y llegados a este punto sería bueno distinguir entre esa falsa alegría, que es la grotesca y del mal gusto, y la auténtica, que es la espontánea, que es la que surge de dentro.
Por último, me gustaría contar algo que nos ocurre muy a menudo para hacer una pequeña reflexión. Os suena ese niño que le costaba sacar sus estudios con notas brillantes y en su casa eso era fundamental por lo que le insistían una vez y otra más para que le pusiera empeño en esforzarse....¡y él lo hizo. Al cabo de unos meses tuvo un examen de matemáticas en el que sorprendido él, porque no se lo acababa de creer, sacó un 10. ¡Oh, qué alegría! No cabía en si mismo de la felicidad que le produjo ese esfuerzo que al final tuvo resultado. Encontrándose en uno de los pasillos de la escuela y delante del tablón de notas, miró a la izquierda del pasillo y también a la derecha por si había alguien al cual contar esa alegría, y no, no encontraba a nadie.
De repente se le ocurrió que podía llamar a su madre por el móvil y explicarle lo que estaba sintiendo en ese momento ...-Mama!!!!!! No te lo vas a creer, he sacado un 10 en mates!!!!!!! A lo que su madre le contestó -Pues muy bien hijo, sigue estudiando que mañana tienes 2 exámenes más y no te puedes descuidar. El chaval se quedó cabizbajo, era consciente de que ese día era su día y también tenía consciencia de que al día siguiente tenía dos exámenes pero para él ese momento era su momento. Salió de la escuela y se encontró a 2 amigos y no pudo contenerse el poder contar su nota excelente. Sus buenos amigos, como no podía ser menos, le felicitaron y así de esta manera se pudo cerrar esa emoción que necesitaba de otros para poder vivirla en su justa medida.
Hay familias que se preguntan aquello de porque mis hijos que ya se han hecho grandes no comparten con nosotros sus momentos, y la respuesta es fácil. Muchos de esos momentos seguramente son de felicidad por cosas que les han pasado, pero quizás esas familias no fueron buenos receptores del compartir alegrías cuando los hijos eran más pequeños, y la costumbre hace finalmente un hábito que cuesta de corregir. Definitivamente lo comparten con otros que si tienen ese don de escuchar y de recibir lo que le están contando.