Asombroso el episodio de ayer de las aventuras del tesorero viajero. Se fue a la comisaría, presuntamente, y puso una denuncia de que habían entrado por la fuerza en su despacho y se habían llevado dos portátiles de su propiedad y diversos documentos personales. Increíble que esto pase hasta en la mejor zona de Madrid. Todo ello presuntamente, claro.
Pues para allí que van, presuntamente también, los de la comisaría donde ha puesto la denuncia a hacer una inspección ocular, y también acuden los de la policía científica procedentes de su correspondiente unidad. Sin embargo, no pasan de la planta de recepción pues les explican que en realidad el despacho de la denuncia no existe. Nadie pase sin hablar al portero, pues presuntamente no pasaron de recepción.
Normal que pensasen que les habían engañado al denunciar un robo en un sitio inexistente, bastaba ver los cortes de televisión de sucesivos informativos para oír repetidamente decir que el citado personaje no tenía ningún despacho, que usaba una sala de reuniones a modo de despacho, pero que ellos no lo veían como un despacho, si no que seguía siendo una sala de reuniones aunque el tesorero la usara como despacho pero sin serlo en realidad. Presuntamente.
Las autoridades sitas en el "no lugar" de los "no hechos" y puestas en antecedentes de que el denunciante persistía en la falsa idea de que la sala de reuniones que tenía cedida, no siendo un despacho, lo era, comprendieron que no podían realizar inspección ocular alguna, ni los de la unidad científica tomar muestras de ADN, polvo e hilos de tejido, ya que puerta que no existe es imposible de forzar. Presuntamente el despacho existía sólo en la imaginación del presunto denunciante.
El motivo que haya llevado al denunciante a decir que tenía un despacho en un sitio en el que tenía cedida una sala de juntas y no un despacho, es un misterio.