Revista Religión
Eliana, de cuatro años, estaba ayudando a su mamá a recoger algunas de sus cosas antes de ir a dormir. Cuando la madre le dijo que guardara la ropa que había sobre la cama, la niña no aguantó más. Se dio la vuelta, puso sus manitos en la cintura y exclamó: « ¡No puedo hacerlo todo!».
¿Te sientes así a veces con las tareas que Dios te ha llamado a hacer? Es fácil sentirse abrumado por las actividades en la iglesia, testificar de Cristo y criar una familia. Tal vez suspiramos exasperados y oramos: «Señor, ¡no puedo hacerlo todo!».
Sin embargo, las instrucciones de Dios indican que sus expectativas no deben abrumarnos. Por ejemplo, al tratar con otros, se incluye esta característica: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres» (Romanos 12:18). Dios entiende nuestras limitaciones. Otra: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor…» (Colosenses 3:23). No exige perfección, como para impresionar a los demás, sino que simplemente lo honremos con nuestro trabajo. Y una más: «Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro» (Gálatas 6:4). No hacemos obras para competir con los demás, sino simplemente para cumplir con nuestra responsabilidad.
En su sabiduría, Dios nos ha equipado para hacer exactamente lo que desea que hagamos… ¡y sin duda, eso no es hacerlo todo!
Cuando Dios asigna algo, también nos capacita para hacerlo.
(Nuestro Pan Diario)