Revista Educación
No quedan héroes, sólo princesas cargadas de oscuras intenciones. La sociedad moderna se tragó la humanidad, los valores, el propósito de ser mejores. El capitalismo nos devora, ya no hay tiempo para la buena prosa. Buscando razones perdemos las formas, encontrando excusas nos fallan los motivos, atados al individualismo renunciamos a la verdad, todo es un aditivo. El ego resquebraja la piel, niega miradas de empatía, palabras sinceras, recuerdos compartidos. No hay sitio para la nostalgia, para las declaraciones de amor, para disfrutar de un día de reflexión, para soñar con un mundo mejor. Los versos carcomidos, los sueños dormidos, la ilusión en el cajón de las causas perdidas. La ciudad no pide explicaciones, los transeúntes no quieren darlas, todo es más sencillo a la luz de una dulce decadencia. No estamos preparados, los más soñadores no lo estamos, y creemos que la vida tiene que ser algo más que un pastel acartonado. No quedan valientes, ni rosas, ni vendedores de esperanza. Por lo menos no en mi calle. Cada uno a lo suyo, con las palabras huecas, los ojos vacíos, la fortaleza en el armario junto a los trajes de la hipocresía. Y yo con mis utopías, con mi corazón de niña, con una falda de fantasía y unos tacones que hieren, con mis falsos deseos de ser más alta. Con el capitalismo sonriendo en el cristal de mi ventana y yo sin capitular, luchando contra mi lado ambiguo, descalzándome para correr en busca de héroes que sostengan mis frustradas teorías.