Revista Belleza

No quería hablar del colecho…

Por Negraflor @NegraFlor_Blog

… pero voy a hacerlo, porque me canso de oír según qué cosas.

El jueves de la semana pasada estuvimos en la reunión del colegio para el inicio de curso de Chocolatina Menor. Como ya sabes -y si no, lo sabrás ahora- mi hija menor empieza este curso su andadura escolar, pisándole los talones a Chocolatina Mayor, que empezó el curso pasado.

El equipo de educación de infantil convocó a las nuevas familias a una reunión, para explicar el funcionamiento y la programación del curso, las actividades y salidas, el horario, explicar el material que debemos llevar y cómo se hará la adaptación al curso escolar. Hasta aquí todo bien, muy bien presentadito en un PowerPoint; todo muy bien explicado.

La madre del cordero viene con la última diapo de la presentación, titulada “Algunos consejos”. Entre ellos, dejar el baby talking para así ampliar el vocabulario de los niños, fuera chupetes, porque ya son grandes… y no dormir con ellos, porque no les hace ningún bien.

Ya estamos con que si la abuela fuma.Vamos a ver, lo que voy a decir aquí es tan sólo mi opinión personal. Respeto (casi) todas las opciones familiares. Digo casi porque hay cosas que no entiendo bajo ningún concepto, pero no voy a hablar ahora de eso (o sí, si me voy mucho por los cerros).

Yo soy de esa gente que duerme con sus hijas, y no me escondo, si bien tampoco lo pregono a los cuatro vientos a la primera de cambio. Sé que decir esto y escribir este post es contradictorio, pero llega un punto en que se me hincha la vena del cuello y, por que no estalle y llenarlo todo de sangre (que no es ni cool ni classy), vengo y me desahogo aquí, que para algo el blog es mío, y olé.

Decía que duermo con mis hijas. Y duermo con ellas porque es la opción que yo he escogido. Igual que hay quien decide llevar a sus hijos a otra habitación cuando cumplen cuatro meses o incluso antes. Pues yo decido dormir con mis hijas. Sí, es por mi comodidad, y por la de toda mi familia. Pero sobre todo es porque a nosotros nos gusta así. No ha sido la última opción después de intentar que durmieran solas, o de pasar noches en blanco ni nada por el estilo. Ha sido una decisión tomada a conciencia.

Y alguien vendrá, como me pasó una vez, a decirme que está mal dormir con los hijos. Que los hace dependientes. Bien, al respecto, un par de apuntes:

  • Dormir con los hijos no es mal. Mal es pegarles, maltratarles, humillarles. Eso es tratar mal a un hijo. Dormir con los hijos por decisión propia no está mal. Otra cosa es que sea una opción no compartida. Pero mal no está.
  • Los niños tienen que ser dependientes para, posteriormente, tener la seguridad necesaria para independizarse. Estoy harta de la aclamada independencia de los niños. Un niño independiente, señoras y señores, no sobrevive.

Bien, dicho esto, voy a daros el tostón con algunos datos, por aquello de que sé que vendrá alguien a decirme que esto me lo he sacado del arco del triunfo, y no.

En todos los estudios comparativos del sueño infantil, las sociedades industriales de Occidente, sobre todo entre blancos de clase media, ponen a sus niños y bebés en camas individuales y, a menudo, en un carto propio. este patrón contrasta marcadamente con casi toda la historia humana. Como ya hemos visto, hasta hace 200 años todos los bebés dormían con adultos; virtualmente todo el mundo dormía con alguien. Esto sucedía antes de que apareciera la noción de “intimidad”, concepto que ha arraigado en las culturas norteamericanas.

O sea, que resulta que esto de que los niños duerman solos es nuevo. Sí, y doscientos años, para todo lo que representa la historia de la humanidad es muy poco.

Ya, pero ¿y qué pasa si te duermes encima del bebé y lo aplastas y se muere asfixiado? se preguntará alguien. Veamos, las madres tenemos un instinto de protección brutal, y no aplastaremos a nuestras criaturas. Las dos primeras noches igual dormirás envarada, pero la tercera te relajarás y descansarás.

Y si lo que te hace sufrir es tu pareja, pues o pones al bebé en un lado de la cama (y la cama pegadita a la pared, si es factible), o pones al bebé en medio, y entre el cuerpecito de tu baby y el de tu pareja, pones una almohada. Y listo. Además, otra cosa te voy a decir: los bebés tienen un instinto de supervivencia bestial, y dudo que cualquier bebé que sienta que algo le presiona y, por tanto, le molesta, se vaya a dejar aplastar, y sucumbir al trágico destino de morir aplastado.

Pero entonces esto de los niños que mueren asfixiados, ¿qué es? ¿Una especie de leyenda urbana? Alguno habrá que haya tenido la desgracia haya fallecido así, pero lee esto:

También era un época de muerte. La mortalidad infantil era común; por ejemplo, en el primer censo sueco, realizado en 1749, llegaba a 200 de cada 1.000 naicmientos (20 por ciento). Gran parte de esta mortandad entre los niños se debía a enfermedades o a problemas en el parto, pero se pensaba quem uchos bebés, sobre todo en los centros urbanos, habían muerto “por accidente” mientras dormían en la misma cama con los padres. La causa se atribuía a sofoación: la madre o el padre, al darse la vuelta, aplastaban al bebé y lo ahogaban (…). Aunque se aceptara la asfixia como motivo de alta mortalidad infantil, en realidad muchos de estos fallecimientos era sumamente sospechosos

En los siglos XVI y XVII, la mayoría de los países europeos dictaron leyes para impedir que los padres durmieran con sus bebés. En esencia, estaban tratando de impedir el infanticidio. Cuando había demasiadas bocas para alimentar era fácil sofocar a un bebé “por accidente”. Por tanto, el gobierno debía intervenir.

El miedo a la sofocación persigue hoy a muchos padres occidentales. A todos les parece posible aplastar al bebé o ahogarlo bajo una montaña de mantas. Pero tal como apunta el investigador McKenna, los bebés nacen con fuertes reflejos de supervivencia, capaces de gritar y patalear antes de permitir que algo les obstruya las vías respiratoria. La sencilla evidencia de que, en el mundo actual, la mayoría de los bebés duermen con uno de los padres sin morir asfixiados, debería convencer a los padres de que es bastante difícil arrollar a un bebé sin darse cuenta.

Pues parece que de aquí se puede deducir de dónde procede ese miedo a que los niños fallezcan aplastados…

A pesar de todo esto, insisto: me gusta dormir con mis hijas. E igual que yo no digo absolutamente nada a las gentes que duermen lejos de sus hijos, sobre los peligros de no poder atender con rapidez a sus hijos en caso de que les pase algo, por favor, que nadie venga vaticinando graves problemas en el desarrollo psicológico de mis hijas y en el daño que les estoy inflingiendo al dormir con ellas. Por ahí no paso.

No quería hablar del colecho…

Además, mi familia proviene de África, mi madre dormía con sus hermanos, y lo ve lo más normal del mundo. De hecho, recuerdo que, al poco tiempo de nacer Chocolatina Mayor, llegó una tía mía de visita, y mi madre le dijo que la niña dormía con nosotros. A lo que mi tía respondió “claro, dónde va a dormir la criatura, si no”.

Por lo tanto, esto de dormir con los hijos o no, parece que es, en primera instancia, algo cultural; y después, se lleva a cabo no se lleva si encaja con la dinámica de cada familia. En mi familia hemos decidido tener una sola habitación familiar (a pesar de que nos sobra espacio), compartimos ese espacio; nos vamos a dormir juntos, nos despertamos juntos. Y sentir a mis hijas tan cerca de mí me reconforta. Y me gusta que Chocolatina Menor me despierte por la mañana los fines de semana, acariciándome la mejilla; o que Chocolatina Mayor susurre que ya está despierta y quiere ir al salón.

Además, siempre me hago la misma reflexión: si, en la edad adulta, casi todos dormimos con alguien a quien queremos, ¿por qué de pequeños tenemos que dormir solos? De hecho, los adultos nos sentimos raros y nos cuesta conciliar el sueño cuando estamos acostumbrados a dormir con alguien y unas noches -por lo que sea- nos acostamos solos. ¿Por qué a los niños se les tiene que dar un trato diferente? Se trata de que duerman. Y duermen mejor acompañados que solos. A mí también me pasa.

Porque se trata de que duerman, de que descansen. No de que aprendan a dormir. A dormir no se aprende. Los procesos evolutivos no se aprenden.

En fin, todo esto venía, si recuerdas, por el comentario de la que será profesora de mi hija. Ya han empezado las clases, y supongo que pronto empezarán las entrevistas de inicio de curso con las familias. Y si me vuelven a entregar el mismo formulario del curso anterior (que sé que lo harán) en el que preguntan cómo y con quién duerme la niña, cómo fue el parto, y otras cosas que creo que no guardan relación con la educación de la niña, diré, sin ningún reparo que dormimos los cuatro juntos, y que, con respecto a eso, gracias pero no acepto sugerencias ni consejos; y menos, mientras esta señora no pueda demostrar que a mi hija menor le supone algún tipo de perjuicio, a nivel de desarrollo o aprendizaje, dormir conmigo. He dicho.

**Los fragmentos citados en el post pertenecen al libro “Nuestros hijos y nosotros”, de Meredith F. Small. Colección: Crianza Natural.


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