Teresa sigue creciendo, y se empieza a intuir la maravillosa mujer en que va a convertirse nuestra pequeña de diez años. Feliz, segura de si misma y sobre todo haciendo inmensamente dichosos a todos los que tenemos la suerte de estar a su lado.
Lo malo es que no todo es tan idílico. No todo es ideal.
Hace unos días, en el parque, la hermana menor de nuestra chica con síndrome de down se empezó a pelear con unos niños. Al preguntarla que ocurría, me dice muy enfadada que habían insultado a su hermana, empujándola de un columpio a la vez que la decían "quita subnormal". Bien por Reyes al salir a defender a la peque como una leona. Pero que pena que tenga que vivir estos momentos tan desagradables y que desgraciadamente no serán los últimos.
Le expliqué, tragándome la rabia, que no merecían la pena. Bastante feos y gordos eran. Eran tan ignorantes que daban pena. Lo se, lo se, el adulto soy yo, y no debía de faltar al respeto a esos mocosos, pero es que las madres estaban sentadas, habían oído toda la conversación y ni siquiera se molestaron por lo menos en recriminar a los odiosos hijos. El problema no son los niños, son los padres.
Aun así, esto no es lo importante. Lo peor con diferencia es que mi maravillosa criatura fue consciente del desprecio. La veía triste, acongojada. Le había dolido, y yo no quiero que nada haga sufrir a mi niña, nada. Sobre todo lo que tenga que venir de terceros. Tampoco a mis otras hijas quiero que les ocurra, pero ellas tienen unos recursos que la protagonista de este diario todavía no ha desarrollado. Y es tan buena y tan inocente, que no se merece ningún mal gesto. 😒
Desee con todas mis fuerzas que los niñatos se cayeran del columpio rompiéndose como mínimo una pierna. Desgraciadamente no pasó nada. Lo se, que no debería desear algo así, porque soy peor que ellos.Pero me da rabia. Crees que algo avanza, y no es cierto. Solo se disimula más.
Cuánto queda por hacer, cuánto queda por aceptar al otro, cuánto queda por aceptar al que lucha por ser aceptado y ante todo respetado.