No quiero tener hijos: una decisión personal convertida en un estigma social
Desde que era niña, siempre me dijeron que el mayor logro para una mujer era convertirse en madre. Al ser criada en una sociedad argentina extremadamente tradicionalista, cada día recibía cientos de mensajes subliminales diciéndome que la maternidad era la única manera de sentirme realizada como mujer. Desde sonrientes amas de casa sirviendo la merienda a sus hijos hasta comentarios como: “Tus niños van a ser hermosos porque eres una mujer muy linda”. Parecía que la sociedad ya había decidido que yo tenía que ser madre. Creía firmemente en esta idea, hasta que a mis veinte años me di cuenta de que no quería tener hijos. Al principio, esta revelación me pareció extraña, pero no tardó en convertirse en una fuerte convicción. Por más que lo intentara, no lograba visualizar cómo un niño encajaría en mi vida. Siendo tan joven, pensé que seguramente cambiaría de idea en los años venideros, pero no fue así. A mis treinta años, lejos de lamentar mi decisión, estoy muy segura de que mi elección es la correcta.
Rechazar la maternidad fue una ofensa para varios miembros de mi familia. Cuando cumplí veintisiete años, una de mis tías me preguntó: “¿Estás considerando quedar embarazada este año?” Mi respuesta fue simple y brutal: “En realidad, estoy considerando no embarazarme nunca” Mi tía se molestó mucho por esta respuesta. Pasó dos horas dándome un discurso para convencerme de lo equivocada que estaba. Según su postura, yo estaba siendo egoísta y desperdiciando mi vida. Yo estaba sorprendida de cómo el imaginario colectivo que persiste en las sociedades tradicionalistas representa a las mujeres sin hijos como carentes de valor. Parecía que al no ser madre, me convertía en un motivo de vergüenza y preocupación para mi familia. Entre mis veinte y treinta años, he escuchado cientos de críticas con respecto a mi postura, la mayoría negativas. Comentarios desde “Te vas a arrepentir de no querer hijos ahora” hasta “Dios te va a castigar por esta decisión”. Honestamente, creo que Dios tiene asuntos mucho más importantes que atender.
En mi experiencia personal, muy pronto me di cuenta de que la mayoría de la gente no entendía mi decisión ni la respetaba tampoco. Todos se creían con el firme derecho de aleccionarme o de por lo menos hacerme notar cuán errada estaba. Incluso ahora, cuando digo que no tengo hijos, me miran con pena o desprecio, e inmediatamente hacen la típica e incómoda pregunta: “¿Por qué?” La peor parte es que no termina ahí, sino que siguen una decena de preguntas igualmente incómodas: “¿No tienes hijos porque tu novio no quiere aun?” “Linda, ¿estás enferma? Conozco un excelente especialista en fertilidad que puede verte” ¡Por favor! ¡Deténganse un momento! Primero: ¿Una mujer realmente necesita una pareja para convertirse en madre? ¿Cómo son vistas entonces las madres solteras? Sugerir que no tengo hijos porque mi novio no lo desea, reproduce una vez más la cultura machista de que el hombre es un factor indispensable en la vida de una mujer y en las decisiones que ella tome. Con respecto a si estoy enferma, quiero dejar en claro que el no querer ser madre no es una enfermedad, es sólo una decisión personal y la elección de un estilo de vida. No estoy dañada, ni confundida, ni poseída por el demonio.
Mi pregunta es: ¿Por qué tantas preguntas? Cuando una mujer expresa que quiere ser madre, todos sonríen y la miran con adoración, pero cuando otra mujer dice lo contrario, la mayoría reacciona como si hubiese cometido un crimen. Los ojos desorbitados, la boca abierta y la expresión de jueces implacables listos para dictar sentencia aparecen enseguida. Tal vez, esto ocurre porque en la mayoría de las sociedades Latinoamericanas, como la argentina, se acostumbra a seguir viejos estándares. Si se le pregunta a una mujer: “¿Por qué quieres ser madre?”, probablemente dará una de estas respuestas: “Porque eso es lo correcto”, “Porque no quiero estar sola cuando sea vieja”, “Porque eso es lo que mi familia me enseñó que tengo que hacer”, “Porque las mujeres nacimos para ser madres” “Porque no eres una mujer de verdad si no tienes hijos” ¿Por qué continuamos fomentando estos estereotipos?
La idea de que toda mujer debe abrazar la maternidad está implícita en cada una de las instituciones sociales y religiosas que tienden a adoctrinar a través de la tradición y la influencia ejercida en el imaginario popular. Basta con remontarse a los tiernos dibujos que representan a la “familia ideal”: mamá, papá junto con dos niños o a la creencia católica de que el sexo sólo tiene como fin la procreación. Lamentablemente, esta filosofía ha sido asimilada al punto que impacta también en otros ámbitos, condenando a la mujer que elige un estilo de vida diferente. Recientemente, fui a una consulta médica por una indigestión. La doctora se exaltó muchísimo cuando le dije mi edad: “¿Veintinueve años y sin hijos? ¡Mejor apúrate o vas a perder el tren!” Como si fuera un pecado no ser madre después de los veinticinco. Me sentí totalmente invadida y atacada, pero aun así le respondí que estaba allí por una indigestión, no para que ella se metiera en mi vida privada. Esta pseuda profesional me acusó de ser irrespetuosa. ¡Qué ironía! Siendo que ella era la que estaba inmiscuyéndose en lo que no le importaba.
Creo que ya es tiempo que se entienda que no todas las mujeres necesitan convertirse en madres para ser felices o sentirse realizadas. La felicidad es algo muy subjetivo. Para algunas personas, este sentimiento se encuentra en las sonrisas de sus hijos, mientras que otros se sienten plenos construyendo una carrera, viajando o entregando sus vidas a causas solidarias. Lamentablemente, las mujeres que eligen una vida sin hijos son vistas en su mayoría como egoístas, inmaduras e irresponsables. ¿Por qué es tan difícil entender que no todas hemos nacido con instinto maternal? En mi caso, nunca he sido una mujer maternal, ni siquiera con los niños de mi familia. ¿Me considero egoísta? No, para nada. En realidad, creo que una actitud egoísta sería tener un hijo cuando en realidad no lo deseo, sólo por el miedo de estar sola cuando envejezca. Llámenme cruel, pero llenar expectativas sociales no es mi trabajo.
Creo que es muy irónico que nos jactamos de vivir en el moderno siglo veintiuno, pero que aún existen un sinnúmero de estigmas sociales que condenan a las mujeres, especialmente a aquellas que se rebelan contra lo que es considerado “normal y aceptable”. En Latinoamérica, la maternidad otorga a la mujer un cierto status social, siendo culturalmente respetada y valorada por su rol de procreadora. Lamentablemente, este estereotipo ha convertido a la maternidad como la esencia de la femineidad, volviendo a las no-madres personas incomprendidas y cuestionadas. “No eres una mujer completa si no tienes hijos” ¡He escuchado esta frase cientos de veces! Considero que ser madre es solamente una de las muchas facetas de ser mujer. En mi caso, abrazar mi femineidad significa vivir de acuerdo a mis convicciones. Elegir no tener hijos me brinda el tiempo que necesito para brindarme de lleno a lo que me apasiona: viajar y escribir. Ser mujer no significa solamente ser madre, sino vivir según nuestras propias creencias y desafiando las normas establecidas en favor de nuestros derechos. Ser mujer para mí significa exactamente eso: ser fiel a mí misma, tanto en mi vida personal como profesional.
Considero que debemos dejar de creer que tener hijos está implícito al hecho de ser mujer. Esta imposición social condena a miles de mujeres sólo por escoger un estilo de vida diferente. No debería ser una cuestión de tradición o creencias religiosas. La maternidad es simplemente una decisión personal. En mi caso, elegir no tener hijos es justamente eso: mi elección. No es una mera actitud rebelde ni un intento de romper las reglas. Yo decido vivir afuera de las reglas. No es intención molestar a nadie, pero creo firmemente que no tengo que explicarle al mundo por qué no me enloquece la posibilidad de ser madre. Tal vez, cuando empecemos a respetar las posturas de los demás, estaremos más dispuestos a entender otros puntos de vista en vez de solamente juzgarlos.