Revista Opinión
Por: Raúl TolaImprimirPUBLICADO POR LA REPÚBLICA
La suspensión temporal de Omar Chehade de las filas de GP ha terminado por oficializar aquello que ya era un secreto a voces: casi dos meses después de reunirse con tres generales de la policía en el restaurante Brujas de Cachiche, para presuntamente favorecer al grupo Wong con un desalojo en la azucarera Andahuasi, el segundo vicepresidente se ha quedado solo.La sucesión de mentiras, contradicciones y torpezas en que incurrió para defenderse hizo que la denuncia lanzada originalmente por Ideele Reporteros creciera como una bola de nieve hasta convertirse en una crisis mayúscula. Además de arrogancia, a la hora de enfrentar las acusaciones Chehade ha demostrado una afición por el poder que raya en el fanatismo. A estas alturas no parecen importarle la invitación del Presidente “a dar un paso al costado” para evitar más desgaste político, los mensajes de la Primera Dama en su cuenta de Twitter, los reproches de varios integrantes del gabinete, el mayoritario rechazo de la población (70,1% opina que debería dejar el Ejecutivo, según CPI) ni esta reciente separación del partido de gobierno. Ante la avalancha de críticas, su respuesta –solicitar una licencia hasta que concluyan las investigaciones, por no considerar “pertinente” una renuncia– ha causado estupor e indignación.
De todos modos, el “Chehadegate” no ha ocurrido en vano. Nos ha permitido conocer las juntas, los modos e intenciones de Omar Chehade muy pronto, a solo cien días de iniciado el gobierno. Si las pesquisas en la Fiscalía y el Congreso no concluyen con su destitución y con alguna sanción penal, el margen de maniobra de quien supo venderse como sinónimo de transparencia y lucha contra la corrupción ha quedado muy mermado.
Quien también queda muy mal parado después de todo esto es el grupo Wong. La familia que supo construir un emporio de supermercados a partir de una pequeña bodega en Dos de Mayo, y que siempre destacó por su pujanza, su buen trato al cliente y por la promoción de los valores ciudadanos, se ha visto inmersa en un enojoso caso, donde parecen conjugarse los peores vicios del empresariado peruano. Tantos años de esfuerzos pueden resultar en vano si no se aclara su participación y se recupera el rumbo que parece perdido.
Ollanta Humala, por su parte, enfrentó su primera gran prueba como Presidente y la salvó de muy buena forma, demostrando una firmeza y honestidad inéditas. Pedir en cadena nacional que Chehade se decidiera a dejar el gobierno es un gesto franco y fundamental que lo diferencia de sus antecesores. Solo recuerdo algo similar la noche en que Valentín Paniagua dio una cátedra de decencia al llamar por teléfono y desbaratar en vivo una patraña montada en su contra por un programa de TV, felizmente fenecido.