Es un síndrome conocido por todos . El Síndrome del “No-sabe-igual-que-allí“.
Por poner unos ejemplos de este Síndrome :beber sidra fuera de Asturias, el pa amb tomàquet fuera Catalunya, las morcillas de arroz fuera de Aragón, el pescaíto frito fuera de Andalucía, la paella fuera de Valencia y así, hasta el infinito. Lo mismo, a nivel internacional : la tequila sabe mejor en México, la Guinness en Dublín, o una Ginjinha en Lisboa.
Todos tenemos un catálogo de cosas que han sufrido el Síndrome del “No-sabe-igual-que-allí”. En mi caso, el más clamoroso son “Les herbes” de Eivissa. Esas, que allí, en la isla, con mucho hielo y a la vera del mar, saben como algo glorioso…En casa, no están mal pero…no es cómo allí…
La magia de estas cosas viene, de serie, ligada al lugar de origen. Esto es así y no hay que darle más vueltas. Lo que hace que esos sabores sean tan diferentes, es fruto de la experiencia vinculada a ellos.
A medida que vas agregando a la lista nuevas cosas que “No -saben-igual-que-allí” te das cuenta que esa experiencia puede ser, también, un estado mental. Por ejemplo, nuestra percepción positiva cuando estamos de vacaciones puede convertir un hot-dog en un manjar ( y sobre todo, si te lo zampas en la Quinta Avenida de New York) pero la mayoría de las veces , no es el sabor lo que es diferente si no el estado en el que ha quedado nuestra alma, tras la ingesta…
Habrá algunas de esas cosas que no podremos reproducir jamás. Esas, ya están condenadas al Síndrome de “No-sabe-igual-que-allí” eternamente.
Este fin de semana, he añadido una nueva cosa a mi lista del Síndrome: es una ensaïmada, comprada en Ca’n Mateu D’es Forn, en Sant Joan ( Mallorca). Su lema es “forners des de 1881” y su receta (ya centenaria) hace de este pequeño horno, uno de los mejores lugares para encontrar la ensaïmada más deliciosa del mundo. El secreto estará en la proporción de harina, en la cantidad de azúcar, o en la textura del saïm (manteca de cerdo) de donde proviene el nombre de esta delicia …Será todo eso. Seguro, que algo tendrá que ver Ca’n Mateu pero, además, súmale la buena compañía y el cariño. El buen tiempo que nos regaló la isla, el horno de leña y las risas.
Como no podía ser de otra forma, me he traído una de esas maravillosas ensaïmades a Barcelona y…mira qué está buena pero…definitivamente no sabe igual que allí. ; – )