Revista Cultura y Ocio

No saber estar callado, no saber de qué hablar

Por Calvodemora

No saber estar callado, no saber de qué hablar
El lector puro no escribe jamás. El hecho de escribir hace que se lea de un modo incompleto. Yo debo ser uno de esos malos lectores. No hay libro que caiga en mis manos que no me haga pensar en cómo está escrito, en si yo lo hubiera escrito de otra manera o de ninguna posible. Escribir es una circunstancia indisoluble de la de leer. A mi amigo K. le dije que dejaría de escribir un tiempo. Que no leería a Borges en diez años. Que no releería como lo siempre he hecho. Que me zamparía (me gustó ese verbo) todos los bestsellers que pudiera de aquí a septiembre, toda la alegre morralla playera, de verano inocente en el que todo se consiente. Yo quería leer de otra manera. Dejar de ser puro tal vez. No sé qué tipo de pureza. Habrá muchas. La mía, la que he ejercido con gusto, ha sido la de elegir con mucho cuidado, la de no perder el tiempo con eso que el cine llama muy atinadamente serie B. Y al tiempo, no escribir una línea en todo el verano. No ha sido posible. No hubo día en esa abstinencia en que no deseara escribir. Daba igual de qué. Imaginaba que no habría asunto que no mereciese el registro de la escritura. Así que hoy zanjo toda esa pereza, entreverada por muchos libros en este mes de julio, consolado por tramas novelescas estupendas (Lágrimas en la lluvia, Rosa Montero; El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad; Antigua luz, John Banville; La chica del tren, Paula Hawkins) y escribo nuevamente, convencido de que la pureza no conviene y es mejor (mucho mejor) la certeza de saberse contaminado, la voluntad de ahondar en ese veneno de muchos sabores e irse uno debilitando a conciencia, apurando aquí y allí, no siendo en modo alguno delicado y dejándose emponzoñar, sin exhibir queja alguna, sino bien al contrario, alegre en esa voluntad de no ser limpio y de tener siempre el asombro asomado a los sentidos, por ver qué arrastra en su ansia. El mal lector -un amigo que acaba de publicar una novela me refería en su presentación que era precisamente lo contrario - gana a veces: no solo se abastece de lecturas altas y nobles, sino que abreva en distracciones menores, en asuntos de alcance corto, de fácil olvido. Como el que va al cine y ve un peplum - los hubo dignos y elogiables - cuando el cuerpo su conciencia, ay, traicionera, le pide meterse una sesión de Bergman, un poco de cine iraní o expresionista,  todas esas obras duras, de poca o ninguna sustancia trascendente, pero amenas, entretenidas, gozosas y, cuando se esmeran los que las hacen, bastardas y groseras. Tampoco es cosa de caer muy abajo, de enfangarse mucho, de buscar deleitarse en lo zafio, en lo muy burdo, en lo feo, en lo infame, pero no seré yo, no al menos hoy, el que no consienta que todas esas obras, las zafias, las burdas, las feas, las infames, son muchas veces las que salvan el mercado de los libros o el de las películas. Sin ellas, sin el beneficio que reportan, no habría salas de arte y ensayo, no habría librerías de temáticas muy particulares (una de literatura negra que hay en Madrid o en Gijón, no sé, y a la que me encantaría ir). Esta misma noche he sacrificado la película que tenía pensada desde hace días, El sirviente, la maravilla de Joseph Losey, vista tres veces o quizá más, que yo recuerde, y he empezado una distracción menor, aunque muy satisfactoria: la quinta temporada de Juego de tronos. El hecho de elegir una serie antes que una película - y esa en concreto - me ha hecho sentir una zozobra incómoda. Nada que una hora después durase. Se quitan con facilidad estos dolores del apetito sensible. Lo de escribir poco, qué se le va a hacer, no va conmigo. Tengo esa incontinencia, ese no saber estar callado. Me lo dice continuamente los que tengo cerca. La vida es muy corta y hay mucho que decir y mucho más que escuchar. De ahí que no convenga la pureza. Nada parecido a la pureza. Nada que nos haga perder algo de todo lo que sucede afuera y proviene de muchas cosas distintas que acaban milagrosamente juntándose. 

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