No sé cuántas bajas habrá hoy, pero no serán pocas.

La religión. Los profesores. Los padres; que eran tacaños.

Que si pobres, que si cobardes, que si socialistas.

Que blablabla.

Excusas.

Control.

Eso es lo único que importa.

Rico, gordo, pobre o flaco. Control.

¿Tienes control?

Y no me vengas con que «en el curro me dan mucha libertad.»

Si te la dan no es tuya, si no es tuya no es libertad.

¿Tú te imaginas a Alejandro Magno o a Genghis Khan diciendo que les dan algo?

He conocido a vendedores con verdadera libertad.

Pocos, lo reconozco.

Te hablo de gente con semejante potencia sepsual y vendedora que trabajan por hacerle un favor a su jefe.

Que agarran a los clientes de la genitalia, entienden lo que están intentando y hacen con ellos los que quieren.

Eso es control.

Que te dejen elegir entre descafeinado y con leche no es control, es hamsterización.

Y no te confundas. Si la llamada de un cliente puede amargarte la tarde, lo mismo.

Entonces, ¿has crecido rodeado de gente que tenía el control o de gente que no tenía el control?

¿De adultos independientes o de niños con pelos en el culo?

¿Quién estaba al control de la situación? ¿Los adultos que te rodeaban o los adultos que rodeaban a los adultos que te rodeaban?

El jefe, los clientes, el casero, el banco. ¿En que vagón viajabas?

Porque si no estabas rodeado de gente que tenía el control, aunque eso no llamara tu atención, aunque no te dieras cuenta –especialmente si no te dabas cuenta– eso es lo que ha calado.

Y entonces puede parecerte que no tener el control es lo normal, incluso que el control no es algo que se pueda aprender.

Y entonces vas a creer lo que te digan los demás.

Las leyes, los políticos, los medios.

Los clientes.

Y vas a recibir consejos, y los vas a escuchar.

Y entonces, estás a merced de los demás.

Como siempre has visto, como siempre has vivido.

Y ni siquiera te vas a dar cuenta.

En el newsletter hablo de algo.

Vas a sentir que me siento a tu lado, que me cuentas lo que te dicen los clientes y que a continuación te presento un muestrario de bofetadas.

Y te va a joder, y te va a estresar. Tanto o más que este post.

Pero cuando acabe la sacudida… ¡ay cuando acabe la sacudida, amigo!

Porque en ese momento vas a sentir que sales de una ducha helada con la polla más grande del mundo.

O con un hacha y los músculos de Hulk Hogan, ya me entiendes, no te lo tomes literal.

Entiende a los clientes, agárrales de los genitales y llévales a dónde tengas que llevarles.

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