Aun a riesgo de perder la amistad de compañeros siempremedieros como Pablo Barber o Araphant y que toda la fuerza de un sable láser me caiga encima, confieso que la saga de Star Wars me motiva lo mismo que una película de Paco Martínez Soria. No estoy comparando, porque para empezar no tendría ningún elemento común para hacerlo; simplemente digo que no he visto ninguna de las pelis de la Guerra de las Galaxias, no sé realmente de qué va la saga y no me he caído en el lado oscuro de la fuerza.
Admito, eso sí, que el despliegue comercial y marketiniano de los productores me tiene sorprendida y no ha dejado rincón alguno al que llegar. Hasta en el Mercadona ha aterrizado en forma de cajita de golosinas, aunque su contenido de chupachups, gusanitos, pastillas de goma y chicles nada tengan que ver con la superproducción de Disney. Eso sí, si despliegas el cartón contenedor puedes entretenerte coloreando algunas escenas y personajes.
Yo lo siento mucho, sobre todo por los flipados de Star Wars de mi entorno, pero debí tener pesadillas de pequeña con naves espaciales y, desde entonces, película en la que aparezca uno de esos cacharros voladores contando una historia de ciencia ficción me aburre de una forma inexplicable.
Lo he intentado, de verdad, he probado con algún episodio antiguo una de estas sobremesas tontas de domingo, me he entrenado a conciencia para lanzarme al cine, pero no hay manera. He intentado entender a la princesa Leia, a Han Solo, a Luke Skywalker, o al famoso ‘Yo soy tu padre’; he querido incluso encariñarme con los robots R2D2 y C3PO (no crean que me sé los nombres, para qué está Google si no). Nada ha dado resultado.
Sin embargo, incoherencias de la vida, luego sucede que unos buenos amigos aparecen en casa, me regalan estos cuadritos y me encanta ver cómo quedan las caras de estos personajes en mi salón. No sé explicarlo, pero siento que, de esta manera, la fuerza me acompaña.