Revista Cultura y Ocio

No sé estar conmigo pero sí contra mí – @candid_albicans + @Caleienlasnubes

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

“Miedo: dícese de la sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario, o del sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo que se desea.”

Escribo. Borro. Vuelvo a escribir. No. Borro. Dudo. Escribo. Lo releo. Espero no ser inoportuna, o cargante, o… A la mierda. Borro. Espero. Horas. Días. Los whatsapp que recibo no me interesan. Parezco gilipollas comprobando el móvil a cada poco. Dando un respingo cada vez que suena una notificación. Decepcionándome conmigo misma. Lo he vuelto a hacer una vez más. Lo de no entenderme, lo de no saber qué cojones pasa conmigo. ¿Porqué estoy paralizada? Todo es tan fácil como hacer una llamada o escribir ese mensaje que me cuesta la vida. Tan fácil como decir ‘aquí estoy, quiero verte, quiero un momento contigo, o dos, o una vida’. Todo es tan fácil como disfrutar el momento, los momentos, o la vida que me estoy negando. Pero el miedo. El puto miedo. El miedo a molestar, al rechazo, al ridículo. A que esas risas enlatadas que retumban en mi cabeza se hagan reales cada vez que imagino (maldita imaginación) que podría desplegar mis pequeñas alas de papel para volar como lo hacen los demás con las suyas, tan grandes y llamativas. Pero no. En mi cabeza soy irrisoria, ridícula, vulnerable. El miedo se ha enroscado en mis piernas y no me permite avanzar.

Miedo a decepcionar, miedo a que me hagan daño, miedo a hacer el ridículo, miedo a perder, a caerme, incluso a ser feliz, me atrevo a añadir.

Miedo, como cuando te asomas a un precipicio y sientes que el suelo se desintegra bajo tus pies, que caerás al vacío.

Miedo, como cuando cargas en la espalda una mochila llena de piedras, que dicen ‘no eres suficiente’.

Miedo, como cuando no te das, pese a que el cuerpo te lo pide, por si te cortas contigo al hacerte pedazos.

Miedo, como cuando eras pequeña y te decían ‘si no te duermes, vendrá el coco y te comerá’

Miedo, miedo a empezar, miedo a terminar, a no dar la talla, a no ser suficiente, miedo a la oscuridad, a sentirte sola, a ser, o incluso a no ser.

El miedo, ata, enjaula, ciega, enmudece, ensordece, aísla, el miedo te atrapa y te hace pequeñita, y luchas, vaya si luchas, con armadura, pero sin puñal. Lo intentas, te levantas, das un paso, luego otro, te detienes, piensas, ‘puedo hacerlo’ te dices, y claro que puedes, pero no lo haces, porque ahí está el miedo, todo el miedo que ha crecido contigo, haciéndose hueco entre tus sueños, tus metas, tus ilusiones, tus necesidades, y es tan grande, que revienta cualquier burbuja de valentía que pudiera nacer en ti. Y entonces vuelve a pasar, te rindes, sin haberlo intentado muchas veces, y otras a mitad de camino.

Supéralo. Mírale a los ojos. Enséñale los dientes. No dejes que te devore.

Qué fácil es decirlo.

Esta mañana la ansiedad me ha despertado mordiéndome el estómago. Igual que ayer, y el día anterior, y el otro, y el otro más. No quiero salir de la cama, quiero sumergirme, volver a cerrar los ojos y dormir durante días y días. Olvidarme de la gente, del móvil, de ti, de mi, de la pereza que me da salir de mi zona de confort. Porque aquí, en esta pequeña fortaleza que he construído, me siento a salvo. Sé que es ridículo, que mi única enemiga soy yo, porque no sé estar conmigo pero sí contra mí. Y leo frases (des)motivacionales del estilo ‘Si no te quieres tú, quién te va a querer’ o ‘Si no eres capaz de quererte a ti misma, nunca podrás querer a nadie’ y yo me cago en dios. Porque yo sí que quiero, con locura. Quiero demasiado, he querido demasiado. Tanto que parece que hubiera agotado mis reservas de amor y ya no me quedase para mí. Y me desprecio por ello, y mi autoestima se vuelve a arrastrar una vez más, recogiendo las migas de cariño que voy encontrando por el camino, viendo cómo otros devoran la vida y yo no puedo. Porque no me lo permito. Porque no soy capaz de salir de mi puta jaula.

Una jaula en la que me derrumbo, lloro, blasfemo, me odio, me increpo, grito, me lamento, suspiro, siento y me culpo, por no dar más de tres pasos seguidos, por no ejecutar lo que en la mente es aparentemente tan sencillo: disfrutar, vivir.

Una jaula cada vez más pequeña, hecha oráculo, cobijo y refugio, dentro todo está bien, controlado, en aparente calma, pese al caos de mi cabeza, de mis emociones, de mis miedos.

Una jaula sin pestillo, pero con ventanas, sin felpudo de bienvenida, pero con cama supletoria por si alguien se anima a entrar.

Una jaula que es casa, pero mata.

[ Escucha el relato en la voz de @leemosbonito ]

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