No ha acabado 2020 y ya se nos ha brindado la oportunidad de agradecerle algo a Donald Trump. Qué raro todo. Y lo sé, es culpa mía. Este año renuncié voluntariamente al amago de vómito que acompaña a mi anual intento de comerme las uvas al ritmo de las campanadas. Las uvas permanecieron intactas y eso ha tenido consecuencias. Una de las más inesperadas ha sido reconocer en Trump al político que admitiría públicamente (bueno, en una entrevista que ha tardado siete meses en ver la luz, pero públicamente) que al pueblo se le miente por su bien, que la labor de un presidente es ser un cheerleader que mantiene alta la moral. ¿La verdad? El pueblo no puede encajar la verdad. Trump, prócer y adalid, lo sabe y le alivia preocupaciones al vulgo minimizando todos los muertos que sean necesarios.
Aquí nos resistimos, no estamos tan avanzados. ¿Pruebas? Por ejemplo este hilo de Twitter del médico y epidemiólogo español Miguel Hernán, catedrático de Bioestadística y Epidemiología en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard y uno de los miembros del comité científico de expertos que asesora al Gobierno español en la crisis del coronavirus. En el hilo, el doctor Hernán compara los contagios recientes en dos ciudades que, el pasado marzo, sufrieron una "explosión vírica" que colapsó el sistema sanitario y causó demasiadas muertes: Nueva York y Madrid. Mientras en la capital española se está activando una importante segunda ola de contagios, allá en la metrópoli estadounidense no se ha modificado el comportamiento de la pandemia en todo el verano. Son, ambas, ciudades densamente pobladas, con una tupida y extensa red de comunicaciones, dependientes del sector servicios y que en junio vivían la calma tras la tormenta. Se marcaron, ambas, unos objetivos para afrontar una posible segunda ola. Por ejemplo, disponer de 30 rastreadores de contactos por cada 100000 habitantes (eso implica 6000 rastreadores en Nueva York, 2000 en Madrid). La disponibilidad de rastreadores disminuye la tasa de positividad de las PCR realizadas: cuanto antes se rastree y cuantos más contactos de un positivo se localicen más lejos se llegará en su red y más no contagiados se detectarán; si se llega tarde o no se llega lejos, más positivos "escaparán" y contagiarán a otros, y más PCR se harán cuando ya es tarde, cuando hay contagiados. A finales de junio, Nueva York ya había contratado 3000 rastreadores (la mitad de los necesarios). Madrid, 200 (10 veces menos). La OMS considera que por debajo del 5% de tests PCR positivos la pandemia se está manteniendo controlada. Los contactos están siendo rastreados, los confinamientos ordenados y respetados y los servicios sanitarios pueden manejar la carga hospitalaria sin problemas. Hoy, la tasa de positivos en Nueva York es menor del 2%, la de Madrid supera el 20%. Otro factor: el principal lugar de contagio del virus son los lugares cerrados. No es una suposición. Es de las pocas cosas que están claras desde principios de año. En Nueva York los restaurantes sin terraza permanecen cerrados. Abrirán el 30 de septiembre, al 25% de capacidad. En Madrid llevan abiertos desde junio al 60% de capacidad.
No hemos llegado al punto de civilización de Trump. No hemos asumido que se nos miente porque lo merecemos, porque lo necesitamos. Y, por tanto, seguimos preguntándonos por qué aquí, por qué España. Que si la responsabilidad individual, la mascarilla bajo la nariz, los colegios y los botellones. Anhelamos saber qué circunstancias ikerjiménicas nos han llevado a sufrir una primera ola tan cruda, cómo conseguimos salir de ella con cierta eficiencia, y, sobre todo, por qué nos está golpeando esta segunda ola de esta manera tan brutal. Cómo. Por qué. No se podía saber.