Cuando los separatistas del Parlamento catalán velaban armas para separarse de España, en Cheste, Valencia, se proclamaba campeón del mundo de grandes motos por tercera vez el mallorquín Jorge Lorenzo, abucheado por buena parte de los 120.000 espectadores de la carrera cuando recibía el trofeo envuelto en la bandera nacional.
En una Comunidad que quieren anexionársela imperialmente los secesionistas en sus “Països Catalans”, podría pensarse que aquel público rechazaba la bandera española que exhibía el campeón.
Pero no: era porque los españoles son poco nacionalistas, aunque la propaganda separatista diga todo lo contrario.
Creían que Lorenzo había ganado sin honor gracias a que en una carrera anterior otro español, el catalán Marc Márquez, lo había ayudado provocando una reacción antideportiva del virtual campeón hasta ese momento, el italiano Valentino Rossi.
Lorenzo, según esa interpretación, molestaba a Rossi hasta que éste, enfadado, le hizo caer de su moto; penalizado, salió el último en Cheste.
Los “moteros” españoles, que son el público de Cheste, no coincide con los separatistas catalanes: en sus grandes concentraciones internacionales se autoidentifican con multitud de banderas nacionales.
Con razón o sin ella, seguramente en ningún país del planeta que no sea España se abuchea a un compatriota que acaba de ganar un campeonato mundial.
Fuera se defiende más lo propio que en España, donde hay más equilibrio, diríamos que menos patriotería. Se prefiera la supuesta justicia al orgullo del compatriota.
Cuando los separatistas catalanes tratan de enfrentar lo que llaman españolismo con su fanatismo patriotero se encuentran con que casi nadie les responde.
O, como mucho, con un Rajoy que nunca pronunció la palabra patria y que sólo habla de prudencia, mesura y tribunales, esos que a veces tardan años en dictar sentencias.
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SALAS