A pesar de nuestra "escasa" edad, y con la experiencia que dan esos "pocos" años que ambas tenemos, no nos caracteriza, a ninguna de las dos, el desparpajo que observamos en nuestros hijos y en sus amigos. Son muchísimo más "echaos palante" que nosotras. Quizás el hecho de haber tenido unos padres protectores haya influido en que hayamos temido tomar más iniciativas. Y eso que ahora podemos congratularnos por haber conseguido alguna que otra meta, pero siempre nos queda el gusanillo de no haber, desde un principio, desterrado el miedo a arriesgarnos. A toro pasado, nos hubiera gustado que alguien nos hubiera gritado, con amor por supuesto, eso de... ¡no seas gallina! Un empujoncito siempre ayuda y hace que te sientas con fuerza y valentia para, que sí se puede, conseguir hasta la luna. Aún estamos a tiempo. Las gallinas, que se queden en su gallinero, o en el mejor de los casos, decorando nuestros hogares.
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¿Habéis tenido alguno esa sensación de no haber arriesgado lo suficiente? Ya nos contaréis...