Vivo sin vivir en mí. En un ay estoy mientras hago cuatro maletas. Una para La Primera que va a pasar el fin de semana con su amiga del colegio. Que no se me olvide meterle el mono de esquiar, los guantes y los patines de hielo. Ni Clarita, el gato que le han traído los reyes y que también va a pernoctar fuera de casa.
Otra para La Segunda que pasará el fin de semana con su amiga del alma de la guardería anterior. A esta le tengo que meter bañador, chanclas y albornoz. Amén de Luna, el perro que con equidad Salomónica le trajeron los Reyes también. Con su camita y su cepillo para el pelo. La Tercera y La Cuarta compartirán maleta si consigo me quepa el arsenal de cosas que van a necesitar para el fin de semana de cacería que vamos a pasar en Alemania del Este.
La Tercera está empeñada en que ella también se va a dormir a casa de su amiga de la guardería porque ya es mayor. Antes de irse me ha dejado también a Luchi, su correspondiente labrador de los Reyes, para que tampoco se me olvide. A ver qué tal le sienta cuando despachemos a sus hermanas y vea que ella se viene con nosotros.
La cuarta maleta es para mí que a ver qué diantres me llevo para codearme una panda de cazadores de rancio abolengo. No sé ni dónde nos vamos a quedar ni cuál es el plan exactamente. De eso se encarga el padre tigre que ya anda dando palmas con las orejas ante la inminencia de volver a darle al gatillo.
Para darle una vuelta de tuerca más a este empacar del infierno se ha puesto a nevar como si no hubiera un mañana. Y va a seguir así todo el fin de semana. Sumemos la ropa interior térmica, los gorros, los guantes y las bufandas a los ya de por sí abultados petates. Dónde está el baúl de la Piquer cuando más lo necesito.
Pero todo este trajín de maletas y ropitas no es lo que me tiene negra zaína. No. Es lo de dividir a la familia lo que me tiene hablando sola. Hay algo perverso en lanzarse a la carretera dejando a la mitad de tu prole atrás. ¿Y si hay un terremoto? O peor todavía un tsunami que arrase toda la Europa continental ¿Y si nos quedamos sepultados bajo la nieve en algún recóndito lugar de esa Alemania tan árida? ¿Y si esos señores que se hacen pasar por nuestros amigos son en realidad parte de una trama de trata de blancas? ¿Y si?¿Y si?
Mi instinto me pide meter a todas mis polluelas bajo mis alas y encerrarme cual gallina clueca en el trastero hasta nueva orden. O pasarme por el forro de la entrepierna los deseos de este desalmado que se hace pasar por mi marido y me ha hecho entregar a dos de mis hijas en prenda para ir en su coche en lugar del mío. Se creerá que nací ayer. Detrás de todos esos argumentos de peso como que no es plan las niñas tantos kilómetros en un fin de semana, que van a estar mucho mejor con sus amiguitas que aburridas con tanto señor vestido de verde, que las pequeñas van a disfrutar de lo lindo teniendo a sus padres para ellas solitas y tal y tal y tal, se esconde la única e irrefutable verdad: que prefiere ir en su coche de última generación que en mi maltrecha furgoneta. Maldigo en día en que me rendí ante el peso aplastante de su sentido práctico.
Juro y pongo a Dios por testigo que no pienso dejarle pasar de ciento sesenta. Ni muerta. Acuérdense de mí este fin de semana y crucen los dedos para que pueda sortear la infinidad de calamidades que se me están pasando por la cabeza y reunirme felizmente con mis retoñas el Domingo. ¡Ay qué vida más perra!
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