Revista Opinión

No solo plátanos

Publicado el 29 abril 2014 por Manuelsegura @manuelsegura

plátano

El gesto del plátano que un cafre le lanzó a Dani Alves en Villarreal, y que éste se comió, simboliza no solo el rechazo frontal al racismo sino también a la sinrazón que en general campa por los estadios de fútbol. Una acción aún si cabe más trascendental que la instintiva del jugador brasileño del Barça fue la que protagonizó el delantero Samuel Eto’o, en Zaragoza, en 2006, jugando con el conjunto azulgrana. En un momento del partido, y ante la profusión de insultos racistas que recibía desde la grada, el camerunés explotó: “¡No más!”. Acto seguido, enfiló hacia el túnel de vestuarios ante el desconcierto del árbitro, compañeros y rivales que intentaban convencerle para que permaneciera sobre el terreno de juego. Ronaldinho, que en un primer momento hizo atisbo de secundar su actuación, lo siguió hasta la banda donde el técnico holandés Frank Rijkaard le hizo entrar en razones. Pasado el lance, Eto’o siguió jugando.

Pero no solo insultos de corte racista son los que recibe un futbolista en un estadio. Carlos Gurpegui, jugador del Athletic de Bilbao, ha venido soportando otro tipo de calificativos desde que en 2002 se viera envuelto en un oscuro proceso de dopaje. Aunque la Agencia Mundial Antidopaje retirara en 2005 de su lista de productos dopantes la sustancia detectada en la orina del futbolista navarro, en nuestro país esta se mantuvo. Tras ser sancionado con dos años de suspensión e iniciarse un proceso de reclamaciones, el jugador cumplió el castigo entre 2006 y 2008, regresando ante el Real Madrid, en el Bernabéu, donde ya escuchó por vez primera desde el graderío ocupado por los ultras un epíteto que le persigue desde entonces: “¡Yonki!”.

Conviene no obviar, por ejemplo, que por un caso similar ocurrido en 2001 durante su estancia en el Brescia italiano, a Pep Guardiola se le sancionó con cuatro meses de suspensión, una multa e incluso pena de cárcel, que evidentemente no cumplió. Seis años después, un tribunal de apelación lo absolvería. Pero todo aquello o se ha querido olvidar o quizá la trayectoria posterior del catalán lo haya eclipsado. O acaso se trate del distinto rasero con el que, a veces, se miden las cosas en el proceloso discurrir de la vida.


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